Estos eran unos pequeños hombres, de diminutas cabezas que guardaban cerebros del tamaño de un grano de arena.
Cada uno vivía en su propia cáscara de nuez y todas las cascaritas flotaban en un río. Tan chiquitos eran los ojos de los pequeños hombres que no alcanzaban a ver más allá de su cáscara, y como eran sordos, hablaban y hablaban sin saber qué demonios decían.
Estos pequeños hombres gobernaban al mundo.