Esta noche Merlín duerme conmigo. (No he contado esa historia, pero Merlín es un gato que me regalaron). Ronronea por alguna esquina de la cama mientras se entretiene amasando una mantita.
No duerme aquí por gusto, el veterinario recomendó reposo porque mi gato volador se lastimó una pata. Tampoco crean que le llamo gato volador por aquella nefasta canción, le llamo así porque tiene la mala costumbre de aventarse desde el techo de mi casa. Es un gatito flojo, no le gusta bajar por los árboles y como descubrió que si salta no se mata, pues ahí anda volando por los aires hacia el suelo.
En mi casa llueven gatos.
Este día parecía que la melancolía se despedía pero sólo se aleja y regresa a ratos, como marea.
Ya no sé si me caigo mal o me cae mal la melancolía. La mayoría de la gente me dice cosas como "échale ganas", "ya no estés triste", "sonríe"; claro, qué más pueden decirle a una loca melancólica.
Digo que ando en el lado oscuro de la Luna, suena romántico, suena a Pink Floyd y cualquier cosa que suene a Pink Floyd es mejor que decir simple y llanamente "estoy triste".
Me sigo negando a hacer el recuento de mis miserables tristezas. Tal vez porque una parte de mí piensa que si las ignoro se aburrirán tanto que terminarán yéndose por donde vinieron, quizá es porque a algunas les tengo miedo.
Siento como si mi personalidad se partiera en dos. Ahí está una de las que me habitan melancólica y quejica, del otro lado está aquella que es sarcástica y feroz. La segunda aborrece a la primera y se pasa el tiempo reclamándole ese estado. En medio de todo eso estoy yo (la que las une a todas) sin saber muy bien qué hacer.
En mi casa habita una loca a la que habitan muchas locas más.
Merlín parece haber conciliado el sueño. Ya las medicinas deben haber hecho efecto.
Resulta reconfortante tenerlo a mi lado esta noche, puedo escuchar su respiración calmada y de cierta forma me calma a mí también. No hay música para acompañar esta madrugada, ni música ni televisión, sólo el sonido de mis dedos golpeando las teclas, la respiración de Merlín y ese particular sonido del tabaco chamuscándose con cada jalón.
En mi cueva estoy sola con Merlin. La soledad cala a ratos y luego llegan tus palabras y llenan un espacio que, aunque no se toca, se siente. No abrazaré mi tristeza y tampoco la echaré de aquí a patadas.
En mi cueva el humo baila con la oscuridad.
Principito, gracias por ser tú, por compartirte así, por tratar de entenderme, por aconsejarme.