Todo bien, uno se levanta a eso del cuarto para las doce pe eme para tener tiempo suficiente para sacar la ropa de la lavadora, la ducha, planchar la ropa, marcar el cabello rizado, sombra para los ojos, un lápiz labial con algo de gloss encima, rubores que broncean pieles aperladas.
Luego, una sale de casa esperando el tráfico adecuado para llegar un destino a las tres y media pe eme.
¿Será que tengo un ángel cuidándome las espaldas? ¿O qué significa que el coche de atrás choque estruendosamente con el taxista del carril de al lado? ¡Qué va! Se me baja el azúcar del susto...
¿Le habrá pegado al coche en que vengo y no sentí nada? ¿Qué venía escuchando en la radio mientras pasó lo que vi por el retrovisor?
¡Qué ángel, qué suerte!
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Uso mis manos-tijeras mientras el baboso de un camarógrafo me ve los pechos deseándolos, me toca por inercia y bromea (según él bromea), a mí no me parece chistoso y le doy un putazo.
Hay una línea divisoria en los momentos del aguante, que recién la cruzas y ya te crees libre. Y no...
Canciones de Barney, frases cagantes, comunicación cortada y así, en tres patadas: hoy no estoy para nadie...