lunes, 27 de octubre de 2008

La pérdida

A veces es como si se me detuviera el tiempo, ¿me entiende? Como si se parara... todo... tantito y luego sigue.
Antes le decía a mi mamá cuando me pasaba pero se asustaba y se ponía a rezar. Lo peor era que luego entraba a mi cuarto a echarme agua bendita como si fuera a apagar un incendio. Por eso ya no le cuento.
Tampoco es que me pase seguido ¿eh? No vaya usté a querer sacarme el chamuco a palos. Como mi tía Lucrecia, que ya andaba convenciendo a mi mamá pa’ llevarme a que me extorsionaran en el mercado Juárez... ¿Qué? ¡Ah! Exorcizar o eso... si le digo que ando ida porque hace poquito que me pasmé, así digo cuando me pasa, que me pasmo, y siempre me quedo tonta luego.
Yo no le veo nada de malo, es como un descanso, ¿ve? Se para todo y luego como si nada. Lo malo es andar ida después. Se me hace que es como lo que les pasa a esos que le meten a la mota, nomás que a ellos lo idos luego les tarda más en quitarse.

La “liberación de la mujer” nos está esclavizando

Como todos los grandes cambios, en cuanto a patrones de comportamiento, el de la liberación de la mujer también necesita un periodo de ajuste. Es cierto que en esta lucha se han conseguido cosas, pero como quien más quien menos ya las conoce me centraré, únicamente, en las consecuencias negativas de este, espero, periodo de transición cultural.
Es cierto que ahora las mujeres ocupamos las universidades, y posteriormente podemos acceder a un trabajo digno (para esto bastaría con un par de mamadas bien escogidas; si se desea un cargo de responsabilidad es necesario un completo), también es cierto que votamos, incluso nos hemos convertido en grandes lectoras (Cosmopolitan habla de todo, y como es la revista más machista que hay en el mercado, nos permite conocer las necesidades masculinas). Y lo mejor de todo, como somos tan liberarles no hay un hombre que se atreva a ponernos la mano encima (la violencia de género no son más que peleas en las que gana él). Grandes avances los de la mujer es estos últimos tiempos pero, como ya he dicho antes, no todo es bueno. O mejor dicho, todo es bueno hasta que se llega a los treinta. Este es el momento en el que la “liberación femenina” se torna esclavitud.
Al llegar a los treinta una ha de estar ubicada profesionalmente, tener marido o, en su defecto, un buen proyecto de marido; hablar, mínimo, tres idiomas (sin contar el francés), vestir de un modisto famoso, ser la mejor amante en 1000 km a la redonda y estar preparada para combinar, perfectamente, una vida de pareja con la maternidad y conseguir, a la vez, un ascenso en el trabajo.
Como mujer que soy todo esto me llena de satisfacción. La posibilidad de poder hacer tantas cosas al mismo tiempo es un sueño hecho realidad, pero hay momentos en los que echo la vista atrás y recuerdo aquellos tiempos en los que las mujeres tan sólo podían estar en casa (dormir hasta las doce), hacer las compras (relacionarse), ver la telenovela (masturbarse con el protagonista), estar pendiente del gas butano (recibir al padre de muchos niños de mi generación). En fin, una vida llena de limitaciones que ya casi no existen. Ahora sólo queda esperar a que este cambio cultural se ajuste y todo será maravilloso.
Mujeres y penes con patas viviendo en armonía y felicidad.

domingo, 19 de octubre de 2008

Abortos extrauterinos

***
Esperaba afuera, medio sentada en la cajuela del auto. Adentro, en la casa, el cuerpo endurecido de mi nieto yacía en la cama. El cuarto –uno de los dos cuartos pequeños– olía a flores ácidas y decaídas por los fluidos de esa masa tan pequeña. En la recámara principal estaba el cuerpo de mi hija, que recién se había volado los sesos con una calibre veintidós.

***
Se acercó llorando, con la falda manchada de mugre. En las rodillas se le formaba ya la costra. La profesora me vio con la cara compungida. Estaba dividida entre la acusación y la disculpa.
Miré a mi hija y la apreté contra mi regazo. –Si otro cabrón te molesta porque no tienes papá, le dices que tienes tanta madre que entre las dos nos madreamos a su padre, que lo traiga.
La profesora entendió la indirecta y dio dos pasos hacia atrás.


–¡Todo es por tu culpa!– y mi treceañera azotó la puerta con un vigor tal que los cristales de toda la casa retumbaron.

***
–¿De verdad me compras el piano?– dijo, y me observó como si estuviera a punto de retractarme.
–Ya te dije que si yo apoyo lo que haces, lo pago. Y si no, pues no te impediré que lo pagues tú. Me parece bien el piano...


***
–Yo no te abrí las piernas ni tuve el orgasmo, ni se la mamé a tu güey ni se me olvidó tomar las pastillas. No veo por qué tengo que pagar yo.
–¡Mamá!– dijo, furiosa.
–No. Lo tengas o lo pierdas, no es mi problema y no te voy a dar ni un peso. Puedes quedarte en tu cuarto, pero no esperes que cambie ni un pañal.
La cara le temblaba. Con la mandíbula apretada me miró odiándome.


***
–Pudiste haberlo abortado, pero esto es un asesinato.
Miré el cuerpo asfixiado sobre la cama. Ella aún apretaba la almohada entre sus incrédulas manos. Tenía la mirada enloquecida. La cara, plagada de arrugas resecas, ya no parecía la de una niña de diecinueve años.
–La pistola está en el tercer cajón de mi buró. Llamaré a la patrulla y me saldré a la calle. Tú decides qué hacer.


***
Un tronido seco, un golpe desarticulado. Cerré la puerta tras de mí y esperé a medio sentar sobre la cajuela del auto.

Chula

Yo la verdad es que no sabía casi nada de nada.

Sabía que la silla estaba ahí y que era para sentarse o para bajar cosas de la estantería. Sabía que la gente me llamaba Chula aunque mis papás me habían puesto Rachel y en mi acta de nacimiento habían escrito Raquel.

Supongo que no sabía muchas cosas porque no me importaba, pues. Me dedicaba a entrecerrar los ojos y ver colores y formas. A veces veía sus ojos de avellana mientras me decía "te amo mi chula" y no le creía nada porque siempre terminaba dejándome sola ahí; ni me gustaba que él me llamara Chula, lo decía como si le perteneciera aunque no quisiera llevarme con él y aunque yo no hubiera ido.

Cuando empezaba a recorrer el sendero que llevaba a la salida del rancho yo le veía la espalda angosta y me convencía de que no servía ni para marido ni para padre. Cerraba los ojos deseando siempre verlo caminar así, de salida, yéndose lejos, dejando de una vez por todas de llamarme "mi chula".

La abuela se empeñaba en enseñarme a cocinar, el abuelo en que aprendiera geografía, mi mamá a hacer dobladillos y mi hermano a disparar bien la escopeta. El único que se sentaba conmigo a encontrar caras en las hojas de los árboles era mi papá, me contaba historias mientras yo pacientemente me deshacía de las pocas canas que le salían.

No comía a menos que escuchara la voz de mi papá y si me sonreía era capaz de acabarme el platón de zanahorias y hasta darle unos bocados al estofado. Con su voz me dormía y con su voz me despertaba. Saber cosas no me parecía importante si él ya las sabía y podía contármelas.
Un buen día me dijo "Chula, el señor Carlos va a regresar en 3 meses y esta vez te vas con él", su voz era una mezcla de tristeza y falsa determinación. Ese día supe que era tiempo de que supiera cosas y que tenía que saberlas rápido.

Sorprendí a mamá practicando dobladillo tras dobladillo y hasta remendando calcetines; aprendí a hacer arroz, pan de leche, café bien cargado y caldo de pollo; agobiaba al abuelo preguntándole sobre mil y un lugares y recitándole los nombres de los ríos más importantes de la zona; y maté en una semana a todas las ratas que había en el granero.

Ya sólo cerraba los ojos para dormir o para tratar de recordar algo que ya sabía. Papá me miraba siempre con ojos de susto y sorpresa y me contaba sobre las ciudades que había conocido, sobre la poesía; me enseñaba paciente a pescar y limpiar bien todas las vísceras.

Tanto sabía que pasaron dos meses y yo pensé que habían pasado dos años. A veces, cuando entrecerraba los ojos para contestarle al abuelo que el Támesis estaba en Londres o para apuntarle a alguna rata imaginaria, se me aparecía la imagen de él como lo había visto por última vez, dándome la espalda, pero ahora los ojos de avellana los tenía incrustados en la nuca. Esos pinches ojos de avellana rancia me miraban fijamente y yo sentía ganas de correr.

El último mes fue como una ensoñación, ya había dominado el estofado y el pavo relleno; me había hecho cinco faldas que le encantaron a mamá y dos pantalones que escondí en el baúl. Eso sí, no le disparaba más que a las ratas y me negué a aprender las ciudades de África. Papá miraba hacia el sendero a cada rato, como atormentado por los pasos invisibles de aquel hombre mentiroso de espalda angosta; mi hermano hacía planes, sin terminar de convencerse, para convertir mi habitación en un observatorio, en un cuarto de armas o en una biblioteca para el abuelo.

Las noches se habían hecho calurosas y yo las aprovechaba para ir al río a refrescarme y para saber lo más que pudiera saber sobre ese inmenso bosque que me rodeaba.

Inevitablemente llegó a su fin el mes y al caer la noche, llegó el señor.

La familia se reunió en el porche para recibirlo, mal iluminados por un par de velas que ahumaban más de lo que brillaban.

Se encaminó por el sendero hablando casi a gritos "te dije, mi chula, que volvía por ti".

Yo salí de entre el bosque, quería verle la espalda y no los ojos de avellana.

Vi bien la espalda angosta, entrecerré los ojos, me imaginé las avellanas incrustadas en la nuca y disparé.

domingo, 12 de octubre de 2008

BREVE ESTUDIO DE LA ROLLOMETRÍA

El resultado ha sido francamente estimulante: desde el sanguinolento culto a Huitzilopochtil nada había conmocionado tanto a la sociedad mexicana como la bolología. Conste que no estoy reclamando para mí ninguna patente de invención. Si acaso, solicitaría un modesto nicho (en la parte más alta y esplendente) en el panteón de los divulgadores de tan noble ciencia.

Es turno ahora de la caterva de catequistas, usufructuarios y aportadores entusiastas de tan inagotable disciplina. Yo ya estoy en otra cosa. Como diría mi madre Gelita: cuando ustedes van por la leche, yo ya vengo con el jocoque. Lo mío ahora, máxime que ya me chuté por televisión el programa Historias secretas de Monterrey, es la rollometría, disciplina paralela o complementaria de la bolología.

Tiempos de tanta tiniebla y reventazón como éstos, son ideales para el desa-rrollo de la rollometría (del latín rotulus, cilindro o pieza de esa forma, y del griego metrón, medida, evaluación o cálculo). Bueno, pues ahí está la rollometría como prioridad nacional. Si en tiempos como los que hoy vivimos no hay un solo mexicano que no esté dispuesto a soltar un rollo y a recibir (justo castigo) un revire de 500 rollos de igual o mayor grosor, no se impone la rollometría (la posibilidad de distinguir, evaluar y sopesar un rollo), yo ya no sé cuándo podrá prosperar esta ciencia.
Dicho esto, procedo a proporcionarte, lectr@, los primeros elementos de la rollometría. Para esto, se hace indispensable establecer ante todo ¿qué es un rollo?
Un rollo es una masa grande de palabras inconexas (aunque aparentemente conexas) que emite un sujeto que, en el fondo, no tiene ni LMMI (la más méndiga idea) de lo que está hablando. No en balde el ilustre Corominas vincula la palabra rollo con el verbo arrullar, que algo tiene de paloma, de lactante canto inocuo e inicuo y algo tiene, nomás faltaba, de cruz y de calvario.

Algunos tiran rollo por necesidad de mantener algún endeble y mal ganado prestigio de inteligentes, informados u ocurrentes. Muchos lo hacen por razones más elementales: porque aire y saliva son gratis, porque me lo pidió Villegas, porque en algo hay que ocupar el tiempo, porque en el momento en que me calle me van a mentar la madre o porque, como la física nos advierte, hay que llenar los vacíos y nada hay más vacío que esos densos silencios que invaden la conversación.
Estudiar rollometría es hoy una obligación cívica. Si pretendes seguir leyendo ocho periódicos diarios, participar en charlas electoreras, leer declaraciones de Calderón o Monsiváis, responderle a parientes que hablan desde el extranjero para saber qué está pasando, más te vale iniciarte en los misterios de la rollometría. Es un arte de defensa personal que te permitirá, llegado el momento, pasar a la ofensiva. La rollometría es bella e instructiva, así que me comprometo a iniciarte en esta gaya ciencia.
¿Sale? Rollo o muerte. Venceremos.

ROLLOMETRÍA APLICADA
Vuelvo pues a la sutil materia de la rollometría. Habitada como estoy por el “eros pedagógico” y prófuga como soy de la educación marista de mi padre, considero que no hay mejor umbral para adentrarse en un conocimiento que establecer una clasificación primera y, acto seguido, ilustrarla con ejemplos. Estos son los pilares de mi epistemología.
La rollometría que, como el estudio de los bebés, es una ciencia que todavía está en pañales, ha dado sus primeros pasos a través del conocimiento de distintos rollos de uso público o privado.
En favor y por amor a los legos, enumeraré los principales.
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Rollitos de jamón
Son el rollo en estado larvario. Suelen constar de una oración lo suficientemente enrollada en torno a una palabra ininteligible que es la que ejerce el efecto de parálisis y terror en el escucha. Quien recibe un rollito de jamón se queda pensando: este es un genio, pero si le sigo preguntando voy a poner en evidencia mi desinformación y naquería metodológica.

Ejemplos de rollitos de jamón: desde una óptica holística, tu pregunta no tan sólo no admite respuesta, ni siquiera es pregunta (lo de la óptica vuelve locos de contentos a los rolleros). Tu actitud es tan decimonónica que no resiste una lectura lacaniana (lo de lectura lacaniana es como tiro de gracia). La violencia sólo engendra violencia (esto es una maravilla. Es como decir que los patos sólo engendran patos. Noble descubrimiento). Reconociendo la existencia de un caldo de cultivo, sería necesario contemplar varios escenarios virtuales, posibles o fáticos (éste es un verdadero pasamontañas retórico). Que aquí queden estos tres ejemplos. Con toda libertad puedes usarlos. Es mucho mejor decirlos que tener que oírlos.
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Rollos de canela
Éstos son de uso femenino y para consumo doméstico y conyugal. Se sirven después de la cena y se ha de aguardar a que el cónyuge se esté poniendo la pijama.

El momento más recomendable es ese instante de indefensión total en el que el marido se está quitando el pantalón. En ese segundo preciso hay que decirle: estoy muy sentida... (bien lanzada, esta expresión provoca que el sector masculino se enrede con la prenda y caiga de bruces) pues qué ¿soy tu qué, o qué? (no hay hombre que pueda responder esto)... no quiero ahogarme en un vaso de agua (esta es una fulgente metáfora natatoria)... pero me duele mucho que no me des mi lugar...
Dicho esto, la señora con camisón de franela cae en un profundo sopor, mientras en marido se queda toda la noche viendo el tirol y navegando rumbo a los somníferos y el psicoanálisis.
No es éste el único rollo de canela. Es sólo un ejemplo. Vienen en las más variadas presentaciones.
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Rollo higiénico

Es un rollo netamente defensivo.


Es extremadamente útil en esas tensas situaciones en las que no tiene uno nada que decir, pero tampoco quiere uno comprometerse no quedarse callado.

El PRI y el PAN lo han hecho suyo desde el 1 de enero. Ejemplo: ¿cómo no reconocer los grandes rezagos, pero cómo no aplaudir los grandes avances? (no, pues sí).


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Gavilán rollero
¡Se llevó mi polla el gavilán rollero!
Homenaje y reconocimiento también a los indudables poderes eróticos del rollo. “Si no hay rollo, no hay bollo”, se decía en Aragón en el siglo XVII. Sabias palabras.
Bien mirado, el rollo seductor (rollo de encaje) es el único que realmente sirve para algo.
Dicho de otra manera: sólo la perspectiva de “dar a la caza alcance” (San Juan de la Cruz) justifica la existencia del gavilán rollero.
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Rollo mechado
Requiere de preparación electrónica. Su elaboración precisa de un mínimo de dos ingredientes que, por contradictorios, se anulen y engendren, desde su contigüidad, la confusión, el anonadamiento y la esquizofrenia del receptor. Es enormemente indigesto y puede provocar reacciones paradójicas, vértigo y crisis convulsivas.
Ejemplo muy reciente: la Chuchis y yo estábamos viendo el documental “Chiapas, la historia a fondo”. Las imágenes eran impecables. Está hablando la subsargenta Gaudencia (o algo así) y está diciendo no sé qué cosas. Con todo y pasamontañas, se puede adivinar que es una mujer joven, serena y con una mirad hondísima. Bien por ella. Algo hay de emocionante y poético en su decidido mirar. De pronto: ¡corte!, y de la selva la pantalla pasa a mostrarnos una recámara como de lúbrico motel donde se firman acuerdos de la montaña. En la cama está echadote “el hombre que lo tiene todo”. Tiene cara de enérgica estupidez. Una voz mamonerísima que quiere ser erótica nos avisa que a los hombres que lo tienen todo (fundido) les hace falta una pluma Chúpermas (o algo así). Entra a cuadro una chaférrima rubia con camisón de ninfeta poblana y le da su pluma (en calidad de anticipo) al hombre que lo tiene todo. Éxtasis y disolvencia final. Corte a Chiapas. La Chuchis hace bizcos (que es su fuerte) y mi vulnerable cerebro hace ruidos como de fax. Algo me avisa que no se pueden reunir impunemente “el hombre que lo tiene todo” (chorreado) y la dulce y firme mujer chiapaneca que, en verdad, no tiene nada más que su dignidad. Me detuve en este ejemplo de rollo mechado porque todavía no me repongo; pero no hay día que los “medios” no nos cocines varios de esos suntuosos y venenosos platillos.
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Rollo alupack

Son rollos para llevárselos a casa y guardarlos en el refri o dárselos al perro. Tienen que comenzar con estas (o similares) palabras: “No me contestes nada... sólo te pido que lo pienses... ¿nos merecemos el país y yo lo que me estás haciendo?... por favor, ahorita no me digas nada... coméntalo con tu psicoanalista o a quien más confianza le tengas...”. Soltar un rollo así provoca grande estupefacción y eventual rendición de el(la) destinatario(a). La coartada patriótica es efectivísima.



Epílogo desde los rollos del Mar Muerto
Todo mexicano es, en potencia o en acto, una tzaráracua de rollos. Tenemos tal capacidad para no enterarnos, tal flojera para profundizar, tal capacidad de posposición, tal facilidad para el rastreamiento y explotación de pretextos y tal vocación para la mafufología activa que, el rollo se nos ha vuelto artículo de primera necesidad.
Un rollero en cada hijo te dio. Desde el plomero que fue ayer a arreglar la bomba del baño de la casa de mamá en compañía de su extraviado ayudante (fíjese queste la bomba pusyaquedó peroeste quedó con un fallo; o sea que tiene un error peroese yalotraiba; o sea queyaquedó, pero yo queusté mejor no la usaba porque enunadesas revienta y yo le quedo mal... pregúntele aquí al muchacho y verá que no le miento) hasta el cósmico hombre de empresa Raymundo Gómez (cito textualmente de El Norte: “Los grupos marginados del país ‘han vivido así porque han querido’; además, después de cientos de años de estar en esas condiciones ‘ya viven de una manera agradable’”.
Cerré las comillas porque me ganó el llanto ante una sensibilidad social y una hondura antropológica que deja al cañón de Colorado en calidad de bache de Monterrey.
Con esto termina nuestro breve estudio de la rollometría teórica y aplicada. La materia dista mucho de estar agotada. La rollometría mexicana, amén de impecable y diamantina, es caudalosa e inagotable.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Entonces

Me abrazó. Para los presentes, pareció un abrazo casual, de amigos. Para él, un estrujar en el que la ropa sobraba. Para mí, la satisfacción de sentirme cerca.

Por más que traté, no pude dejar atrás las ocasiones en que compartimos la cama, cuando en el abrazo inicial se despertaba el calor de los cuerpos, y antes de levantarnos sabíamos que nuestras soledades eran complementarias.

La distancia fue, de manera consciente y voluntaria, una frontera necesaria para reconstruir nuestras vidas. Su vida. Mi vida. Un pacto de silencio por unos meses, un pacto que no necesitó ser establecido. Sólo se dio, igual, de manera silenciosa. Él con su vida. Yo con la mía.
No más ojos color miel en medio de una piel tostada de nacimiento. No más mezclar la leche y la canela. No más encuentros ocasionales intentando descubrir el porqué podíamos estar juntos sólo un par de horas y no un par de vidas.


Nomás esperé que no regresara con su sonrisa tímida a intimidarme. Pero volvió, inconsciente e involuntariamente, por casualidades del destino. En un pacto de olvido que no se estableció. Sólo se dio.

Atrás quedaron los encuentros, la cercanía implica lejanía. Lo abracé. En él se reavivaron los momentos. En mí se cerró un capítulo.

Encabronamiento

¿Cuántas veces van a sacar el cuento de que en nombre del "progreso" se puede asesinar, torturar, destrozar y, por si fuera poco, pretender ignorar totalmente el pasado?
Estoy verdaderamente HARTA de que repitan ese pinche discurso una y otra vez. Si ellos se lo quieren creer, si ya lo compraron; allá ellos. Pero a mí no me jodan, yo no lo voy a comprar.
El pinche "progreso" del que tanto hablan es vivir las mismas pinches vidas, en muchos de los casos miserables o llanamente mediocres. Es dejar que los otros los jodan una y otra vez mientras les dicen "mira que bonito te jodo, aguanta vara wey y sonríe".
Bájense los pantalones y facilítenles la tarea. Pero no vengan a pedir que yo me baje los calzones.
Para que haya un cabrón siempre tiene que haber un pendejo. Si tienen al cabrón enfrente... ustedes saquen sus conclusiones.

Otras vidas

Siendo agnóstica medio pagana, no es raro que crea en la posibilidad de que el espíritu sea capaz de circular entre tiempo y espacio, entre dimensiones, universos y mil posibilidades.
Eso de las vidas pasadas siempre me ha llamado la atención. Hay ciertos personajes históricos que me atraen inevitablemente...
Juana de Arco, por ejemplo. Esa loca maravillosa a la que no detuvo nada y que logró que un mundo de hombres tuviera fe en ella y la siguieran casi ciegamente.
Isabel I de Inglaterra, la Reina Virgen ¿Así o más pantalones? Y pensar que el tarado de su padre la despreció por ser mujer.
Mae West, ella sí que sabía poner a los hombres de cabeza.
María Antonieta. La pobre austriaca perdida en las delicias francesas, sabía de fiestas caray... jaja y bueno, esa frase que se le atribuye es maravillosa (aunque varios historiadores dicen que jamás dijo algo así). La anécdota cuenta que cuando le dijeron que el pueblo francés estaba protestando porque no tenían pan, ella dijo "Pues que coman pastel". ¿No es genial? jajaja y ya luego Queen inmortalizó la frase en su maravillosa canción Killer Queen "Let them eat cake, she says, just like Marie Antoinette"...
Y podría seguir con la lista pero me alejaría del tema. La cuestión es que yo nunca he sido de las que piensan que en una vida pasada fui Cleopatra, ni siquiera me creo haber sido Juana de Arco, incluso cuando en un quizz me salió eso (jajajaja).
Pero sí tengo sospechas, pistas. Se me hace que en una vida pasada fui hombre, de eso estoy segura. A veces creo que fui un esclavo negro que vivió en Louisiana, paseaba por el bayou y quizá le hacía al vudú.
¿Estoy loca? Bueno, eso es algo que ya sabíamos.
Pude haber sido un gitano medio brujo que andaba errante por el mundo llevando un poco de aquí a allá y viceversa.
Insisto en que fui hombre por varias razones. Una tarde estaba con Calos trabajando y de la nada me soltó "tú en tu otra vida fuiste hombre" y yo ya lo sabía o lo sentía desde antes. Si bien me considero una mujer bastante femenina, creo que tengo muchas características masculinas, procesos mentales, cierto tipo de reacciones y demás...




In a Past Life...



You Were: An Evil Philosopher.



Where You Lived: Siberia.



How You Died: Buried alive.



¿Ustedes qué creen haber sido en alguna de sus vidas anteriores?Para los que no tienen idea, pueden hacer este quizz. El resultado que me salió no me agrada del todo pero ¡Bueh! Todo sea por sana diversión jajajajaja.