miércoles, 30 de enero de 2008

Será que no hay calles para exhibir mis deseos

Con los sabores y aromas que genera la creación del universo


Si todo fuera sencillo como trenzar palomas
en el patio de la casa
o recibir una carta con una clave dentro.

El mundo era azul
ahora está negro.

Nadie se atreve a abrir de golpe las ventanas
y escapar al vacío
a un vacío inmenso, inevitable.

Es difícil vivir apretando las palabras
al borde de los dientes

y tengo que saber que por mucho que extienda los brazos
jamás tendré quince dedos.

Hoy todo se complica
el espacio, los misterios, las tribunas.

Esto, muy bien pudiera ser un poema
pero huele a sangre en las esquinas.

lunes, 28 de enero de 2008

El recuerdo es él

El recuerdo es él,
el mismo que jugó entre mis pies a hacer un abismo,
el mismo que me dijo que el infierno comienza en
nosotros
y en la cama cuando falta el sueño;
el mismo que ocupa este espacio
carente de viento, que es el mío incendiado,
el mismo que reprodujo la piel que cubre mi piel,
y se despide de mí a cada momento.

Vacío tantas copas y tantos vasos
repletos de escamas muertas
que lloran sobre las velas de este cansancio.

La muda boca de mi silencio
de este silencio que le pertenece a él
y que acaba en la punta de mis pies y en su voz.

Él escribió el temblor de mi mano
como sólo él podría hacerlo;
dicta este arrepentimiento, asfixiante
contra mí y mis escasas palabras
ahogadas como el oscuro aliento que son.



** Sigue en la búsqueda de nuevos inicios del universo

domingo, 27 de enero de 2008

Sueños

Nuestros sueños son nuestra única vida real.

jueves, 24 de enero de 2008

Me urge seguir con el pepsicólogo

Las imágenes que perciben los dípteros con ese ocular par difracta la percepción que del mundo tienen, viendo las cosas como un calidoscopio que entraña la esencia del visible de los 400 a los 700 nanómetros aproximadamente.
Me interesaría percibir el mundo como las moscas, es decir, que lo visto pudiera descomponerse de formas angulares en un juego de espejos que permitiera ver desde ángulos diversos lo acontecido.
No lo sabía, pero a últimas fechas acontecimientos diversos (que en verdad no vienen tanto al caso... bueno, sí, pero no los evidenciaré) han hecho que la percepción que tengo de la Romina que habita el otro lado del espejo se difracte como haz de luz en prisma ortogonal.
Así, me gustaría poseer, quizá no literalmente por razones meramente estéticas, un par de ojos de mosca para verme reflejada de formas tales en diversas situaciones, entender mejor lo que hago, pues después de analizarlo, llego a conclusiones absurdas: entender un poco más aquello que la gente llama amistad, aquello que los hombres llaman humanidad, entender un poco mejor 31 años de malgastada vida.

domingo, 20 de enero de 2008

El infierno es el olvido

Ha de ser una tarde magnífica allí en la Tierra. Seguro habrá paredes pintadas a manotazos de cal iluminadas de un reflejo púrpura. Tal vez se abra la ventana de un balcón que hacía tiempo no se abría y el ruido de los herrajes secos no llegue siquiera a importunar a los empleados de la morgue o a los piadosos sepultureros.
Descendí. Si algo no defraudó mis convicciones fue que el infierno estaba abajo. Si algo no desmintió mis temores disfrazados de certezas que no me inquietaban, fue que hacia allí iba.
Encendí un cigarrillo en ese camino sin tiempo y reconocí esto último porque todas las fumadas eran siempre una primera. El infierno es el olvido, pensé dándole motor a una lógica que creí irrebatible en algún pasaje de mi adolescencia. Descendí hasta que ya no descendí más, o al menos dejé de percibir el descenso.
Si mucho me había costado imaginar las puertas del cielo, cuestión a la que dedique quizás muy pocos pensamientos, más habíame costado imaginar las del infierno. Las puertas infernales sí merecieron noches de desvelo, sin embargo, si eran ésas, poco se asemejaban a la huella febril de mi nunca vívido recuerdo.
No había remolinos de fuego abrasador, tampoco aldabas de hierro corroído colgando como últimas palabras de rostros indescriptibles. No deambulaban seres desmesurados en formaciones ni gestos. No había crudos alaridos desgarradores y taladrantes. Mi garganta no sentía la presencia de vapores cáusticos.
Podría bien haber pensado que aquel lugar era una artimaña del decano de los reinos infernales; un requilorio infame de la burocracia de las cortes de Belcebú. Sin embargo, no traté de reconocer el lugar por todo lo que no era; reconocí en esa llanura sin clima, sin tiempo, sin referencia, al infierno.
Y dónde estaba Dante, todos los profetas, Goethe, los pintores renacentistas, Rimbaud y los niños que se juntaban en la esquina del empedrado y la farmacia a decir que habían visto al diablo entrar al cabaret. Al menos pretendí la presencia de Aqueronte, algún perro negro, una ráfaga de calor sofocante, que mi nariz se conmoviera por el olor a azufre. Renuncié a que ojos encendidos de muerte confirmen mi sentencia, pero pretendí al menos una mínima consternación, un filo frío de humedad partiendo mi espalda al medio.
Nada de eso pasó. Pensé en el rostro de quien llegando al paraíso se hubiera sentido unido a mí por el mismo sentimiento. Si el infierno no era infierno (al menos como occidente creía debía serlo), se regodeaba en mi desazón la humana piedad de que el paraíso no fuera paraíso. Quizás mi espera, y la espera de ese otro, sólo error extremo. Qué peor paga podría esperarse del pecado; la ignorancia absoluta, el siquiera reconocimiento de la fe, inesperada aunque latente, de un instante de insignificante arrepentimiento que constara en reconocer los momentos en que uno pudo quizás elegir.
Corrió una brisa de ninguna parte hacia la nada y seguí fumando mi cigarrillo cuya toda calada era siempre la inicial. Pensé en algo y lo olvidé; entonces volví a pensarlo para volver a olvidarlo. Así cada breve pensamiento tenía el gusto del primero; nunca se enlazaban, era el mismo siempre efímero y circular. Nacía y moría, y seguido resurgía de la nada sin la memoria de haber existido.
Me encontré allí sin nombre y sin cuerpo, sin pasado ni futuro, sin relación alguna con lo que en la tierra llaman tiempo. Como una turista en medio de la soledad más absoluta, esperando sentir que el lugar se definiera de una vez, a lo largo de una espera que tenía demasiado en común con lo efímero para ser eterno y demasiado con lo eterno para percibir lo pasajero. Un día me fue simple comprender lo terrestre. Puertas adentro del cementerio; nunca hubiera imaginado que fuera justo eso lo que hiciera tan complejo reconocerme en aquel sitio puertas afuera de lo terrestre.

viernes, 18 de enero de 2008

Am I blue?

Algunas noches-hambre
vienen a visitarme
los recuerdos y el blues

me hallan
generalmente
borracha hasta los huesos
tapando sentimientos convertidos en rendijas

brincan del saxofón de Teseo
-inician un desfile de falsazos y ritmo
solemne en la penumbra-

Con Satchmo
esa uva negra
graznan... se bambolean
reptan... lamen botellas
raspan el suelo... abjuran
reviven un difunto podrido de fantasmas
y de ayeres devastados


Am I blue?

Canta Billie... una... dos... treinta veces
mientras danza sin vernos
por las paredes hartas de polvo


Yo juego al solitario
me desvelo con ellos.

lunes, 14 de enero de 2008

Réquiem

A mis muertos locos

Sí, me recuerdas aquel otro
que bramaba en su lengua antigua
los rezos y las bombas
o se asomaba amarillento, llamándote
al inmenso contenido de sus brazos:

Se fue, lo perdí,
lo perdió la tierra.

Llegas con ese olor de diciembres
y de sílabas silvestres y de orquídeas
que reclama para sí el cansancio.

Tienes el don de la tierra que, larga, calla,
y la risa crédula del espacio que avientas.

Sí, me recuerdas aquel otro
que llegó de espaldas, llorando,
con ruido mundial pero tenazmente solo,
afectuoso como un pan bajo la lluvia,
silenciado por tanto humo,
tanto duele, tanto andar
su noche de espesa muerte infantil, cuarenta pasos
y ninguna parte.

Era suave como pluma de rinoceronte (se fue),
como el miedo su mejilla,
era dulce con la hora que lo ansiaba,
pero desesperaba de los ojos cagados,
del hambre y del asfalto
y mordía despacio los sonidos viudos
de su máquina de escribir.

Atropellado por el motivo (lo perdí) y el límite,
atrincherado en los santos cuarteles del dolor,
lo perdió la tierra.

Y en el desorden de las llegadas, la última,
la tuya, me trae ese polvo, esa mirada
hacia las distancias lluviosas,
hacia los mares que no tuve,
hacia los eternos temas de la derrota,
hacia los muertos que se agitan en nosotros
y se resisten a morir.

Luminoso y doliente, me traes el recuerdo
de aquel difunto de Zaragoza,
de México, de Chile
que tocó con creces su rincón solitario,
su sed pacífica de cuerpos, antes de sucumbir
en una habitación hacinada, olvidado por sus libros,
sus incendios, acariciado por el abuelo magnolio y la cuchara,
su cuchara ¡lamparita de afectos, hermana!

Sí, y me recuerdas aquel otro
que llegó de espaldas, llorando,
y que llorando, la última vez
que se acercó a nuestro encuentro
(el cansancio goteaba sobre su amor y su cansancio)
me dijo, con un bramido casi blanco de su garganta:
“ya no importa lo que él haga, me va a herir”.

Historia de un malentendido.

Me trajeron hasta aquí, me sentaron frente a esta mesa, en una habitación especialmente dispuesta para mí, me tendieron un vaso de agua, anfetaminas y tranquilizantes a granel, me dieron todo lo que les pedía y también lo que no les pedía, impusieron silencio en la casa entera, yo me daba vueltas entre los cuatro muros mirando los cuadros y objetos y de vez en cuando sacaba un libro de la biblioteca del dueño de casa, que hojeaba distraídamente, luego me sentaba y garabateaba unas líneas que, una vez pasadas en limpio, deslizaba por debajo de la puerta, los aplausos no tardaban en hacerse sentir al fondo de la casa.

sábado, 12 de enero de 2008

Según la RAE

pedinche.
1. adj. Méx. pedigüeño. U. t. c. s.

pedigüeño, ña.
(De pedigón).
1. adj. Que pide con frecuencia e importunidad. U. t. c. s.

pedigón, na.
(De pedir).
1. adj. coloq. Que pide con frecuencia e inoportunidad. U. t. c. s.
2. adj. coloq. p. us. Que pide, especialmente con insistencia. U. t. c. s.

peticionario, ria.
(De petición).
1. adj. Que pide o solicita oficialmente algo. U. t. c. s.

demandante.
1. adj. Que demanda. U. t. c. s.
2. com. Der. Persona que demanda o pide una cosa en juicio.

Real Academia Española © Todos los derechos reservados


¿Por qué no existen besopidiente, abrazolicitador, cariciarrogante?

miércoles, 9 de enero de 2008

Rarezas

La verdad es que, ver un deporte, lo mismo en TV que en vivo, siempre me ha parecido una tontería. Admito que practicarlo pueda resultar agradable; como pasatiempo, como ejercicio físico, para estar en forma, para descargar adrenalina; pero ver cómo lo practican personas desconocidas, o aun conocidas, lo encuentro un poco absurdo. Igual que atender a una partida de ajedrez ajena. Ni te va ni te viene. Ni instruye ni es artístico ni una chingada. Y quien me venga diciendo que el futbol es un arte, le suelto que el ajedrez es un juego de azar.
Pues no sé cómo, pero durante mis vacaciones en la Madre Patria, Luis me enreda para ir a un partido del Real Zaragoza contra el atlético de no sé qué. Bueno, al menos puedo caer en el sempiterno juego del hemos ganado o han perdido, dependiendo del resultado.
Luis, que sabe muchísimo de futbol, comenta que es un partido importante. Hemos rellenado unas quinielas especiales de un solo partido. Rellenas datos de lo que ocurrirá durante el encuentro, justo antes de dar comienzo. A la entrada das un recibo con tus pronósticos, en los apartados de pichichi, goles, córners, pénaltis, tarjetas amarillas y rojas, saques de banda... detalles que, a mi parecer, y supongo que al de todo el mundo, resultan dificilísimos de vaticinar, si no imposible, y que la mayoría rellenamos a tontas y a locas.
Cuando llegamos al campo, los alrededores están infectados de aficionados, disfrazados con bufandas, camisetas, gorras, cintas y merchandising oficial de su equipo.
Al parecer el partido ha comenzado ya, y hay ansias por entrar rápidamente y perderse lo menos posible del, dicen, emocionantísimo partido de la recontracopa. Damos codazos, nos escurrimos, utilizamos el truco de la embarazada, el del pase de palco, el de perdone pero es que tengo un poco de prisa, nos colamos. Mas, a penas llegamos al pasillo interior de la Romareda. Piiiiiiií. Final del encuentro. Y órale, todos para afuera. La misma operación.
No hemos visto absolutamente nada del dichoso partido. Y ahora, la avalancha de gente nos empuja sin piedad fuera del recinto. La megafonía anuncia el resultado de la quiniela. Apenas puedo levantar el ticket de los pronósticos para revisarlos, pero me temo que no he atinado ni una. Lo tiro con rabia.
–¡Pero mujer!, qué haces, ¿has mirado la pedrea? Si coincide el pichichi ganas incluso más–, me grita Luis desde debajo de un gordo sudoroso embutido en una camiseta del equipo contrario.

–¡¡Y yo qué chingados sabía!! Y ¿qué madres es eso del pichichi? Además, cualquiera encuentra ahora el papelito de los pelos.
La masa nos lleva en volandas. Nuestros pies apenas tocan el suelo, y cuando lo hacen, es porque te pisa un rinoceronte del ultra sur.
Una vez fuera del campo, me percato de la nueva ubicación del legendario campo zaragocista. Rodeado por montículos prácticamente desérticos, apenas se vislumbran rastros de civilización. Solamente, y como último recuerdo de lo que fue en tiempos, queda, en uno de los laterales el Rogelio’s, el restaurante de los aficionados al balompié. Antes de que, sorprendida, haga comentario alguno, un hincha fuma-puros y bebe-coñac, comenta:
– Han elegido bien el sitio. Los balones, cuando salgan escopeteaos fuera del campo, de uno de los zurriagazos, no molestarán más a los vecinos, y además, ¡manda cojones!, aquí no hay delincuentes que los puedan robar.
Los incondicionales de ambos equipos, como buenos hermanos, unidos por la pasión hacia el mismo deporte que alimenta nuestros espíritus, vacíos y sedientos, nos ponemos en peregrinación hacia el horizonte, a la tierra prometida por los Dioses del Olimpo: Zaragoza. Una vez que cruzamos la estéril cordillera que circunda el terreno de juego, el Océano Pacífico se abre frente a nosotros. Las famosas tres carabelas, que en su día comandaron Colón y los Pinzones, ancladas en la playa, nos llevarán a nuestro destino, no muy lejos de aquí.
Algo apretujados, nos acomodamos en los camarotes de las galeras, mientras los visitantes se atan sin rechistar las cadenas a los tobillos y las muñecas, se quitan las camisetas, espolvorean talco en las palmas de sus manos, y se disponen a remar rumbo a la ciudad inmortal.
El trayecto es dificultoso, por supuesto. Una o dos tormentas dan de tumbos a los barcos, zarandeándolos, y llevándolos a la deriva. Pero la peor de las dificultades nos espera al llegar a la costa aragonesa. Varios barcos pirata, con calavera cruzada por tibias en banderas negras, nos esperan en uno de los recodos que forman los riscos de la bahía.
–¡Es una emboscada!– grita el vigía, todavía vestido de árbitro.
El asalto es a muerte. Luis ordena al contramaestre que libere de sus cadenas a los hinchas. La lucha sin cuartel se lleva a millares de muertos y heridos por delante. Es una carnicería, cruel y sangrienta. La piedad nos la hemos dejado en los camarotes. Aun así, ellos son asaltantes profesionales, y nosotros, aunque valientes, nunca hemos utilizado espadas, cuchillos y pistolones más de lo necesario. O sea, nunca. Sus galeotes están provistos de poderosos cañones que hunden nuestras carabelas, como si fueran de papel maché.

Barcelona se quedará sin recuerdo de la masacre de las Américas. ¡Que se chinguen! ¿Desde cuándo mitifico genocidios? ¿Y el Real Zaragoza?, esto lo siento un poco más por Luis, David y El Carnes, y alguno que otro aficionado que conozco, tendrán que buscarse la vida para próximos partidos.
La batalla continúa en las arenas de la playa, cuerpo a cuerpo. Algunos cuellos rebanados, algunos vientres agujereados, vomitando vísceras y corazones que todavía laten, flotando sobre las olas. Sus trabucos nos atraviesan despiadadamente. Una bala de cañón me ha volado una oreja (¿reminiscencias de Van Gogh?), y me falta algún dedo, pero es de la mano izquierda, y aún puedo pelear. Instintivamente retrocedemos intentando salir de la bahía a nado. Es nuestra única escapatoria. Los piratas se quedan en la orilla, sabiéndonos rodeados. O ellos, o la inanición, la sed, los tiburones, el agotamiento... alejándonos cada vez más, me subo a uno de los laterales de una de las galeras que, a modo de barcaza de náufrago, flota en la superficie. En pie, arengo a los supervivientes:
–¡Vayamos mar adentro!, no dejemos que esas alimañas acaben con nosotros, no permitamos que descuarticen nuestros cuerpos, albergue de nuestras almas inmortales. En la mar moriremos como los capitanes intrépidos. Allí donde nace toda la vida, allí donde quedó sepultada la Atlántida, la más grande y antigua de las civilizaciones. ¿Quién me sigue?Uno a uno, brazo a brazo, poco a poco, los supervivientes apoyan mi propuesta.

martes, 8 de enero de 2008

Realidades

Hay quien dice que la realidad es como un libro, un texto múltiple –textil de significados–, pero si estamos dispuestos a darle cierto crédito a esta afirmación tendríamos que preguntarnos entonces si hay una realidad más difícil de leer que aquella que teje indescifrable nuestra sexualidad.

Eternal sunshine of the spotless mind

Breve diálogo original de la película que mejor describe mi vida hasta el momento, Eternal sunshine of the spotless mind:


CLEMENTINE
Do you know The Velveteen Rabbit?

JOEL

No.

CLEMENTINE
It's my favorite book. Since I was a kid. It's about these toys. There's this part where the skin Horse tells the rabbit what it means to be real.
(crying)
I can't believe I'm crying already. He says, "It takes a long time. That's why it doesn't often happen to people who break easily or have sharp edges, or who have to be carefully kept. Generally by
the time you are real, most of your hair has been loved off, and your eyes drop out and you get loose in the joints and very shabby. But these things don't matter at all, because once you are real
you can't be ugly, except to people who don't understand".

viernes, 4 de enero de 2008

La directora de cortos

Estoy rodando mi primer cortometraje en súper 8. Ejerzo de directora, guionista, fotógrafa, iluminadora y camarógrafa. No hay mucho presupuesto, pero dirijo con maestría. El filme se convertirá en mi famoso sketch orondo.

Plano largo. Un todoterreno se acerca desde el horizonte, a ritmo de cumbia, hasta uno de los áridos montes de las cercanías del río Santa Catarina. Del coche sale una familia de lesbianas con una cesta de mimbre para la comida. La zona donde han aparcado es prácticamente desierta, sin apenas vegetación, a excepción de unos curiosos árboles paralelos al suelo. Las mujeres se dispersan buscando uno que reúna las condiciones idóneas para extender el mantel. El más cercano al plano de la cámara se une por su tronco a otro contiguo, de forma ideal para improvisar una mesa. Al acercarse con el fin de instalar definitivamente sus bártulos, una poderosa voz en off, como si fuera la de un dios narrador, advierte que la utilización de ese tipo específico de árboles acarreará un castigo infinitamente mayor al que recibimos la humanidad entera por el capricho de Eva, al comer aquella tentadora manzana en el Paraíso. Tampoco hay que ponerse así, parecen pensar las hambrientas viajeras por la expresión de sus rostros. En seguida se disponen a buscar otro, y otro, y un poco más al fondo lo encuentran, bastante más incómodo, pero sin peligro alguno para las futuras generaciones.
La que parece asumir el papel de madre del resto dispone el mantel, a cuadritos rojos y blancos, faltaría más. Al rato, una de las jóvenes, en traje de baño y en todo su esplendor, se tumba encima del prohibidísimo árbol de raíz doble, a tomar el sol. En la pantalla del cine aparece la palabra fin. Aplausos.


Concierto de U2. Me llaman por megafonía para que me una a la banda. Van a hacer un medley de tres textos en los que, al final, aparece Eric Clapton para interpretar un solo muy bluesy. Terminamos las tres canciones. Ovación. Esperamos en el escenario porque sabemos que nos van a pedir más. Miro a mis compañeros, pero son Danza Invisible.

Al rato me voy, no por la sorpresa que me produce el cambio de grupo, sino porque interpretan La vaca lechera, y uno tiene sus principios. En el camerino hay muchísima gente. Bono corre desnudo. Compañías de discos ansiosas por firmarlos, prensa ávida de la exclusiva mundial y televisiones filmándolo todo. El área de backstage es estrecha pero larga, como una autopista. Alguien me exhorta a recorrerlo hasta el final. Asegura que hay sorpresas por el camino. Avanzo atenta a todos los detalles, las caras de los invitados, las pintas en las paredes, los carteles de conciertos anteriores... a partir de un momento dado, sólo encuentro bolsas de papas fritas medio vacías y vasos de plástico.

Ya no sé dónde carajos estoy.

¿Y qué demonios hace una afamada directora de cortometrajes de vanguardia con toda esa chusma farandulera?

martes, 1 de enero de 2008

Joyas decembrinas

-Ten, pequeña enajenada consumista, como no encontré ningún eunuco en las jugueterías, yo misma te hice uno con tu muñeco Ken.
-Pero tía, yo quería un Nenuco... los venden el Liverpool.


-Tía (snif, snif), estoy triste por el niño pobre de la canción de El niño del tambor.
-Ven acá pequeño Pato, límpiate esas lágrimas, en la vida real la gente pobre no tiene instrumentos musicales y mucho menos canta canciones en Navidad; en la Navidad, la gente pobre pide limosna en las calles, lejos de nosotros.


-Dicen que para el 2008 viene una devaluación muy fuerte, ¿será cierto, Romi?
-Quién sabe tío, pero sería terrible que justo cuando apenas te estás recuperando de la devaluación de 1994, llegue una nueva.


-Mira, Romina, ¿ya contaste cuántos somos?, ¡37 personas!, creo que nunca habíamos venido tanta familia a la cena de Año Nuevo.
-Sí, ése es uno de los inconvenientes de la familia, que cada año crece. Voy por un tequila.