La noche es el descanso del alma y del cuerpo, es el hogar de la verdad.
En ella, todos y cada uno de nosotros, somos como en realidad hemos sido siempre. En ella dejamos de aparentar que somos lo que en realidad solamente queremos ser, nos quitamos las máscaras y nos dejamos llevar por lo que nos mueve, por lo que nos llena, por lo que somos en el fondo.
En la noche, por un lado, encontramos paz y tranquilidad, ya sea solos o acompañados, y por el otro lado, la noche es sabiduría y experiencia, ya que con ella aprendemos a sufrir, aprendemos a extrañar, aprendemos a añorar, aprendemos a valorar, aprendemos a llorar, aprendemos a amar aprendemos a odiar, y lo más importante, aprendemos a convivir con nosotros mismos.
No podemos huir de la noche ni de los misterios que trae consigo, aunque la llenemos de significados, aunque la veamos como amor, como soledad, como sufrimiento, como tranquilidad, como placer, como maldad o incluso como trabajo. La esencia de la noche es la misma….
La noche es verdad y es también libertad, levedad, sensualidad.
En la noche nos despojamos de los disfraces y podemos extender nuestras alas y volar. En ese viaje tenemos miles de opciones: adentrarnos en lo más profundo de nuestro infierno y pasar un rato reconociendo a los demonios que nos habitan, pasar a visitar el reflejo que nos devuelve el espejo y charlar para ponerse al día, podemos reconciliarnos con los amores perdidos, transportarnos hasta aquel lugar que es único y que sólo nosotros conocemos (nuestro paraíso individual, podría llamarse), compartir le mente con aquella persona a la que anhelamos o ir descubriendo la sensualidad de ser tal cual somos e ir perdiendo el miedo a entregarnos totalmente.