miércoles, 6 de agosto de 2008

No quiero


Yo no quiero un amor civilizado,
con recibos y escena del sofá;
yo no quiero que viajes al pasado
y vuelvas del mercado
con ganas de llorar.

Nunca me he sentido cómoda siendo una noviecita de aparador. La ternura se me da pero no he logrado quitarle la dosis de sarcasmo que le pongo a la cursilería. Puedo aguantar ir de la mano por la calle si la otra mano no pretende andar jalándome por el mundo.

Yo no quiero vecinas con pucheros;
yo no quiero sembrar ni compartir;
yo no quiero catorce de febrero
ni cumpleaños feliz.

Yo no quiero cargar con tus maletas;
yo no quiero que elijas mi champú;
yo no quiero mudarme de planeta,
cortarme la coleta,
brindar a tu salud.

Y es que eso de “te quiero aunque me encantaría que no fueras así”, siempre me ha parecido una tremenda jalada. Si te voy a querer, te voy a querer aunque te saques los mocos. Si no, mejor no te quiero y punto, no seré tan egoísta como para pretender cambiarte o tan tarada como para creerme que cambiarás por mí.

Yo no quiero domingos por la tarde;
yo no quiero columpio en el jardín;
lo que yo quiero, corazón cobarde,
es que mueras por mí.

Y morirme contigo si te matas
y matarme contigo si te mueres
porque el amor cuando no muere mata
porque amores que matan nunca mueren.

Puede parecernos linda la foto de la familia con perrito, el retrato de los novios prístinos con sus eternas sonrisas. Pero yo me niego a ser mujer-retrato, me niego a que me cataloguen y me guarden en un cajón condenada a una sempiterna existencia inalterada.
Prefiero eso de “hoy no te soporto pero aun así te amo con todo mi ser”, “prefiero aguantar tus días malos y disfrutar tus días buenos”. “Prefiero aguantar tus risas y disfrutar tu llanto”.

Yo no quiero juntar para mañana,
no me pidas llegar a fin de mes;
yo no quiero comerme una manzana
dos veces por semana
sin ganas de comer.

Yo no quiero calor de invernadero;
yo no quiero besar tu cicatriz;
yo no quiero París con aguacero
ni Venecia sin ti.

Desde hace tiempo que me volví inmune a ese tipo de personas que pareciera que van por la vida buscando alguien a quien hacer responsable de su felicidad. Me da la impresión de que se sienten muy románticos con aquello de “sin ti no soy nada”, “mi vida eres tú”, “gracias a ti soy feliz”... Será cinismo o sabiduría (todo depende de quién lea estas líneas), pero a mí me dan un poco de náusea estas frases. Nunca he sido tan descuidada (OK, he tenido mis días) como para poner en manos de otro mi felicidad, esa es mía para cuidarla, fomentarla y demás.
La diferencia está en eso que dice Sabina tan bien: “Porque el amor cuando no duele mata, porque amores que matan nunca mueren”, ahí está el quid, la esencia, la piedra filosofal amorosa... y no es algo sencillo de comprender...

No me esperes a las doce en el juzgado;
no me digas “volvamos a empezar”;
yo no quiero ni libre ni ocupado,
ni carne ni pecado,
ni orgullo ni piedad.

Yo no quiero saber por qué lo hiciste;
yo no quiero contigo ni sin ti;
lo que yo quiero, muchacha de ojos tristes,
es que mueras por mí.

Y morirme contigo si te matas
y matarme contigo si te mueres
porque el amor cuando no muere mata
porque amores que matan nunca mueren.