jueves, 28 de agosto de 2008

Nueve cosas que me hacen decir ¡CHALE!

¡Chale!

Chale es una de mis palabras favoritas. La digo bastante seguido, la uso hasta cuando no sé qué decir.
Entonces, ahora llegó el momento de hacer la lista de las cosas que hacen que yo diga "¡Chale!" con ganas y medio tragándome el "me lleva la chingada" (pardon my french).

1. Que se me acaben los tabacos cuando la conversación se pone buena o que se acabe la conversación cuando acabo de pedir la siguiente taza de café.
2. Cuando se me va un nombre o una palabra en el preciso instante que quiero usarla. Que me acuerde cuando ya no viene al caso (aunque ahí el chale siempre sale entre risas).
3. Los hombres que se enamoran de una sin preocuparse por la conquista, por al menos tratar de seducirme. Nel con esa onda de "¡Ya! A partir de este minuto estoy enamorado de ti y me vale si tú no". Lo siento mucho pero el amor no es contagioso.
4. Que se trabe mi computadora o cause error el explorador cuando estoy en lo mero mero de cualquier cosa.
5. El insomnio que llega esas noches en las que realmente tengo ganas de dormir.
6. Los intolerantes, racistas, xenófobos, homofóbicos y demás. Los mexicanos que se sienten que por tener varo son mejores que el resto, los mexicanos que quieren separar a los demás en panistas o perredistas.
7. Por fin decidir qué blusa me quiero poner y descubrir que se me olvidó lavarla.
8. Las fucking hormonas revolucionarias que se ponen locas sin decir agua va, voltean todo patas arriba, sacan a la Drama Queen que me habita y luego se van sin decir adiós.
9. Que en varios lugares del mundo crean que Maná, Luismi y Arjona son representativos de la buena música mexicana (Arjona, gracias a Dios, no es mexicano).

Me largo a fumar... ¡Chale, se me terminaron los camellos!

lunes, 25 de agosto de 2008

De aguas profundas

No es que no me guste el mar, es que le tengo miedo... Y no admito ni una sola broma al respecto, si entendiera usted se abstendría de cualquier tipo de burla.
Verá, no confío en el mar. Tengo una lista infinita de razones para desconfiar pero la que encabeza esa lista es la siguiente: el mar tiene una cuenta pendiente conmigo.
Ríase si quiere pero es cierto lo que le digo. Cuando era pequeña, pequeñita, el mar me reclamó a su oscura morada y valga el destino o la buena fortuna, me salvé.
Al principio pensé que ese era el fin de la historia y luego comprobé que había sido sólo el inicio.
Cada vez que me acercaba al mar (y en ese tiempo lo hacía con gusto y sin recelo) sentía sus ganas de tragarme entera. Como si me hubiera perdido, como si me estuviera buscando. Muchas veces me encontré frente a él hipnotizada por su susurro de olas y sabía, aunque era una niña, sabía que me llamaba.
Pero a mí me gusta la tierra, me gusta esto de caminar y sentir el suelo bajo mis pies, por eso no me confío del mar.
Yo no haría bien de sirena… sólo me quedo como sirena varada.

(En días como hoy es cuando más miedo me da terminar como mi tía Victoria… loca, esperando a que le lleve sus dulces).

martes, 19 de agosto de 2008

Mi pensamiento va

Los días resbalan entre el tráfico, lluvia y trabajo, no es nada fácil, la verdad, distinguir un lunes de un jueves; solamente mirando hacia atrás soy capaz de predecir hacia dónde sopla el viento, con la densidad del aire que entra y sale de tus pulmones.
No somos más que dos llaves que han perdido su cerradura, y sólo queda una entre un millón de posibilidad de tenerte de vuelta.
Por eso se van desprendiendo una a una las letras sobre la mesa, tratando de formar la frase perfecta para lograr tenerte aquí, conmigo, van descendiendo como nubes de algodón dulce hasta mis temerosos labios, las letras se consumen en una calada lenta y desesperada, sin llegar a acertar en el centro de la diana, porque tu corazón tan confuso parece a punto de romperse en todos los puntos de inflexión, convexidad implícita, como en los mapas de carreteras.
Se cierran puertas y ventanas, supongo que ya no queda más que hacer.
Echarte de menos es la sucesión de lo mismo, incapaz de olvidarte, quizás son las ganas explicarte al oído todo lo que siento, ya que únicamente me sincero a través de frases sueltas gritadas en la silenciosa madrugada cuando todos escuchan pero nadie como quisiera en realidad.

domingo, 17 de agosto de 2008

Un sueño

Hacía tanto tiempo que no tenía un sueño tan vívivo, de esos en los que uno tiene el sentido del tacto al máximo, poblados de imágenes claras, emociones, reacciones... una maravilla.
Soñé que estábamos aquí, decorando un pino que había en el jardín con adornos navideños. Estaba mi familia, estabas tú, estaba yo. Entre adorno y adorno, nuestras miradas se encontraban y sonreíamos nerviosos y felices. Cada vez que te miraba sentía una descarga eléctrica recorrerme, y aunque trataba de actuar normal, buscaba cualquier oportunidad para estar a tu lado.
Todos íbamos y veníamos con cajas, subiendo y bajando de la escalera para ir colgando esferas. De pronto, los demás entraron a casa y nos quedamos los dos afuera. Señalaste el pino y me preguntaste si me gustaba cómo iba quedando, cuando di media vuelta para observarlo de frente, me abrazaste por detrás. Sentí perfectamente tus manos en mis caderas, la calidez de tu pecho sobre mi espalda. Sonriente te dije que me encantaba mientras me rodeabas con tus brazos y yo cerraba los ojos para grabar ese instante en mi mente para siempre.
La sensación fue tan real que al abrir los ojos aún sentía tus brazos.
Podría soñarte siempre...

viernes, 15 de agosto de 2008

El alma salvadora

Me parece que te has perdido, me parece que hace tiempo no sonríes y que si lo haces, es sólo una de esas sonrisas-máscara que se usan para alejar a los preguntones.
Hay noches en las que siento tu alma acercarse, sobrevolando mi cueva. Es como si tu alma escapase hasta aquí para pedirme que tome tu mano y te diga que todo va a estar bien.
Me parece que tu alma quiere que te rescate.
¿De qué?, te preguntarás.
Ya he pasado por esto antes. Han tratado de rescatarme, de salvarme, de darme una mano, lanzarme un salvavidas. Nunca he comprendido totalmente de qué han querido salvarme pero tengo la sospecha de que han querido salvarme de mí misma y de eso, querido, no hay salvación.
Es algo que ambos sabemos muy bien y de sobra.
No es que no se pueda salvar a uno de sí mismo, es que no hay necesidad. Y es que las sonrisas están sobrevaluadas, a veces se nos olvida que la sonrisa pública es una forma más de mostrar los dientes y que puede uno sonreír con el corazón, con el cerebro.

Tampoco es necesario que uno se pase la vida de una sonrisa a otra, fruncir el ceño, quedarse pasmado, inexpresivo, usar una mirada analítica o maliciosa; todo eso le pone sabor a la vida.
Por eso, no te preocupes. Cuando llegue tu alma a visitarme la invitaré a tomar una copa de vino, sacaré el último poema de mi loca imaginación y se lo recitaré una y otra vez hasta que termine siendo otro totalmente distinto, hasta que tu alma se tranquilice o se olvide y vuelva a ti en paz.
Y cuando decidas no estar más perdido, también tendré una cerveza esperándote.

lunes, 11 de agosto de 2008

No quiero

(¿Será que es hora de regresar a mis “No quiero”? ¿Dónde estás cuando te necesito, Principito?)
No quiero ir a dormir hoy y despertar habiendo olvidado todo el coraje que reuní hoy.
No quiero despertar en una ensoñación terrible de repeticiones incesantes, de caminos desgastados y promesas sin hacer y sin cumplir.
No quiero seguir perdida, sin rumbo.
No quiero olvidar la noche, la luna, el mar. Ni la sonrisa misteriosa, ni aquella que responde.
No quiero letargos, tibiezas, palabras usadas hasta que pieden su significado.
No quiero ver esos ojos y encontrar reproches, no quiero desconocer el reflejo que regresa el espejo.
No quiero...

Autosuficiencia


Ya no me escondo de ti, ya no tengo miedo.

He aprendido a quererme más, a dibujar mis pasos sobre el camino sin necesidad de esperarte.

Soy más independiente de lo que pude parecer algún día y sé que ya no necesito a nadie que marque mi rumbo si me tengo a mí.


Soy capaz de escupir sobre tu sombra, de escupir sobre todos y cada uno de mis recuerdos.


Ahora sé que aunque haya momentos en que no lo crea, sola, soy capaz de tejer los hilos de mi futuro.

La mujer que es Mar y vaya uno a saber qué más


El Principito dice que soy como un Faro. Él siempre dice cosas que son mágicas, misteriosas, ciertas o todas las anteriores.


El Principito tiene (o tenía) un pequeño comemiedos que nunca me prestó.


¿Sabes Principito? Conocí a un hombre que me recuerda mucho a ti. Vaya, al menos al Principito que eres para mí, a ese que he ido construyendo a lo largo de los años con cachitos tuyos, cachitos míos y hechizos mágicos.


¿Pensará también él que soy como un Faro?


¿Cuándo seré Puerto?


¿Cuándo Barco?


Siempre soy Mar, eso me queda claro.

La cuestión (¿o será la question? jaja)


Yo puedo ser muchas cosas: bruja, loca, soñadora, curiosa, mala pa’ cantar y pa’ las matemáticas, buena pa' los besos y pa' leer. Pero algo que nunca he sido es adivina.


Lo he intentado, claro, pero nomás no me sale. Y eso de ser curiosa hasta la médula y no ser adivina es algo que me complica un poco la existencia (sólo un poco, poquis pues).


Por eso cuando me nació la duda, no me quedó más que preguntar.


¿Qué quieres tú de mí?


Ya le pregunté a éstas que me habitan y no tienen idea, aunque sí intentaron soltarme todas sus teorías al respecto. Evidentemente no les he hecho caso, porque como están igual o peor de locas que yo, sólo me terminarían confundiendo más.


Por eso mejor te pregunto: ¿Qué quieres tú de mí

miércoles, 6 de agosto de 2008

Lugares comunes que uno desearía borrar...


Hablas con un hilito de voz, como moribundo, como tremendamente triste.
Disculpa si sueno fría, pero esa voz ya la he escuchado antes y no me provoca más que descontento. Es hablar pretendiendo que la tristeza es sólo tuya, que no importa nada más que lo que tú sientes y que yo soy la responsable por esa tristeza.
OK, acepto la responsabilidad si eso deseas.
No voy a entrar en discursos gastados de “no eres tú, soy yo”, porque esto es de dos.
Sólo sé que esa repetición se ha vuelto cansada y que no puedo continuar así.
¿Qué haré? No lo tengo aún muy claro. Empezaré con enfocarme de nuevo a esa imagen que refleja el espejo, antes de que se vuelva una desconocida que me devuelve la mirada con rabia.

No quiero


Yo no quiero un amor civilizado,
con recibos y escena del sofá;
yo no quiero que viajes al pasado
y vuelvas del mercado
con ganas de llorar.

Nunca me he sentido cómoda siendo una noviecita de aparador. La ternura se me da pero no he logrado quitarle la dosis de sarcasmo que le pongo a la cursilería. Puedo aguantar ir de la mano por la calle si la otra mano no pretende andar jalándome por el mundo.

Yo no quiero vecinas con pucheros;
yo no quiero sembrar ni compartir;
yo no quiero catorce de febrero
ni cumpleaños feliz.

Yo no quiero cargar con tus maletas;
yo no quiero que elijas mi champú;
yo no quiero mudarme de planeta,
cortarme la coleta,
brindar a tu salud.

Y es que eso de “te quiero aunque me encantaría que no fueras así”, siempre me ha parecido una tremenda jalada. Si te voy a querer, te voy a querer aunque te saques los mocos. Si no, mejor no te quiero y punto, no seré tan egoísta como para pretender cambiarte o tan tarada como para creerme que cambiarás por mí.

Yo no quiero domingos por la tarde;
yo no quiero columpio en el jardín;
lo que yo quiero, corazón cobarde,
es que mueras por mí.

Y morirme contigo si te matas
y matarme contigo si te mueres
porque el amor cuando no muere mata
porque amores que matan nunca mueren.

Puede parecernos linda la foto de la familia con perrito, el retrato de los novios prístinos con sus eternas sonrisas. Pero yo me niego a ser mujer-retrato, me niego a que me cataloguen y me guarden en un cajón condenada a una sempiterna existencia inalterada.
Prefiero eso de “hoy no te soporto pero aun así te amo con todo mi ser”, “prefiero aguantar tus días malos y disfrutar tus días buenos”. “Prefiero aguantar tus risas y disfrutar tu llanto”.

Yo no quiero juntar para mañana,
no me pidas llegar a fin de mes;
yo no quiero comerme una manzana
dos veces por semana
sin ganas de comer.

Yo no quiero calor de invernadero;
yo no quiero besar tu cicatriz;
yo no quiero París con aguacero
ni Venecia sin ti.

Desde hace tiempo que me volví inmune a ese tipo de personas que pareciera que van por la vida buscando alguien a quien hacer responsable de su felicidad. Me da la impresión de que se sienten muy románticos con aquello de “sin ti no soy nada”, “mi vida eres tú”, “gracias a ti soy feliz”... Será cinismo o sabiduría (todo depende de quién lea estas líneas), pero a mí me dan un poco de náusea estas frases. Nunca he sido tan descuidada (OK, he tenido mis días) como para poner en manos de otro mi felicidad, esa es mía para cuidarla, fomentarla y demás.
La diferencia está en eso que dice Sabina tan bien: “Porque el amor cuando no duele mata, porque amores que matan nunca mueren”, ahí está el quid, la esencia, la piedra filosofal amorosa... y no es algo sencillo de comprender...

No me esperes a las doce en el juzgado;
no me digas “volvamos a empezar”;
yo no quiero ni libre ni ocupado,
ni carne ni pecado,
ni orgullo ni piedad.

Yo no quiero saber por qué lo hiciste;
yo no quiero contigo ni sin ti;
lo que yo quiero, muchacha de ojos tristes,
es que mueras por mí.

Y morirme contigo si te matas
y matarme contigo si te mueres
porque el amor cuando no muere mata
porque amores que matan nunca mueren.

viernes, 1 de agosto de 2008

Vueltas



Los sueños siempre aparecen, nos incitan y luego se van. Uno los pierde en la prisa imaginando que mañana volverán.


Y a veces vuelven, cuando ya nadie es igual.