viernes, 23 de mayo de 2008

La soledad

La soledad es sustantivo femenino y no creo que sea casualidad (digo, salvando a Saussure), es un decir. Es femenino porque suele ser, en mi caso, buena compañía, o mejor, buena compañera.

He aprendido a conocerla y apreciarla, me ha acompañando largo y tendido en días desasosegados, terribles, bajoneados. Y vaya que me ha servido y hasta consolado.
Con ella puedes gritar hasta destrozar tus propios tímpanos y no se queja; estoica te escucha. A ella le puedes contar mil historias, falsas o verdaderas, llenas de rencor o amor, llenas de esperanza o muerte, y tiene la capacidad de sólo escuchar y no reprocharte nada, y lo mejor es que de verdad te escucha, te presta atención, te oye.
Pero, a veces, sucede que uno ahuyenta a la soledad, ella no quiere irse, pero uno la ahuyenta o permite que otros la ahuyenten… y se va.
La soledad sabe cuándo irse, cuándo es necesario dejarte solo, y ahí, no hay nadie que la detenga, ella es comprensible y sabe lo que hace. Pero lo malo es que hay momentos que es necesaria y nosotros la ahuyentamos, y ahí, ahí sí que viene un desmamonamiento interno y a ver quién nos libra.
La soledad sólo puede ser negativa cuando alguien se siente solo estando acompañando.
La soledad es la voz de uno acallada, es un grito silencioso, sincero y, claro, menos mediático. A la soledad hay que arrullarla, y también hay que saber vivir sin ella.
Pero sobre todo, la soledad tiene una finalidad, una de las más apreciadas: la soledad te ayuda a olvidarlo todo para recordarlo para siempre…