lunes, 22 de septiembre de 2008

Un abrazo partido


Es como estar dividida, partida en dos o cuatro o más...

Por una parte está esta realidad nacional terrorífica, la violencia escalando a pasos agigantados cada día, información confusa, teorías de conspiración de todas las tendencias posibles, miedo, coraje, indignación, tristeza...

El otro lado de la moneda es la cotidianidad. Mi Principito con su oreja cucha y perforada por el teléfono, el trabajo, los cumpleaños, la sonrisa en la que te puedes perder por horas, mamá con su cirrosis, las risas compartidas con los amigos, la cita con la reumatóloga, cervezas, baile, más risas.

Por instantes, por algunas horas; me puedo desprender de esa realidad que pesa tanto y sonreír desde el alma. Es un respiro después de estar sumergida bajo aguas heladas.

martes, 16 de septiembre de 2008

De boca en boca

Me mira decidido. Se acerca. Pronuncia mi nombre y su voz se hace humo en el aire. Las otras mueren de celos, lo sé.
Con la seguridad de quien tiene gustos precisos, me toma de la cintura, me arrima hacia él. Puedo oír las pisadas de su corazón caminar por las venas de su cuello. Sonríe. Casi toco sus labios carnosos.
La mano derecha me abraza con firmeza y me sube al auto. La izquierda me desviste despacio, como si temiera lastimarme.
En un beso amplio, profundo, cubre mi desnudez y absorbe la escarcha que tantos meses de espera han dejado en mi cuerpo. El frío casi lo quema, pero no se retira. Sube por mi pecho, baja.
Al navegarme, su lengua se va llevando mi piel, toda mi agua. Dentro de él, deshago los sabores revueltos de su boca. Ya no soy yo: soy el líquido vivo que lo habita.
No puedo contenerme: me escurro silenciosa entre sus dedos.
De pronto, una voz lo separa abruptamente de mi cuerpo:
– ¿Me dejas probarla?
La mujer que acaba de entrar al auto me arranca de su mano, me mete completa en su boca y se lleva de una mordida mi congelado corazón de fresa.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Eres como un pequeño secreto

Y un día te das cuenta de que nadie te conoce, ni siquiera tu familia, con quienes convives día tras día.
Desconocen tus gustos, tus inquietudes, tus metas. Eres para ellos una completa desconocida, un pequeño secreto, un misterio… y quizás algo que nunca conocerán.
Eres una pequeñísima parte en una inmensidad que en ocasiones te atrapa con sus afiladas garras e intenta engullirte.

Y eres tan insegura, y temes tanto que alguien se ría de ti, que prefieres adornar tus puertas con un candado dorado y evitar que cualquiera que lo intente, pueda entrar. Por si acaso algún día les pica la curiosidad, y pasan, y ven que quizás no eres lo que esperaban. Desilusión.


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Recuerdos, fotos, palabras y creo que nunca nos conocimos bien. Luego me pregunto: ¿Me aprenderás alguna vez? A lo mejor. Dicen que uno conoce a las personas la primera vez y luego sólo sigue tomando impresiones para ajustarlas al momento y a nuestro historial de conductas. Si se pudiera que algún día te dejaras saberme mejor. Tiempo y espacio, espacio y tiempo, pudiera ser...

viernes, 5 de septiembre de 2008

Voz del cuerpo

La boca de mi sexo busca en el aire algún aliento. Intento distraerla pensando en la canción que acompaña las alcohólicas sonrisas que amueblan el bar, pero el ritmo de la música acelera su pulso. Palpita. Me obliga a mirar de mesa en mesa, de cuerpo en cuerpo.
Un hombre me sonríe al otro lado de la barra. Levanta la copa. Un suave tambor golpea mi carne por dentro y la enrojece. Él comprende, se pone de pie y avanza hacia mí. Mis ojos fijos en las faldas y pantalones abultados que una rumba zarandea pretenden ignorarlo. Pero el hombre no se detiene; parece adivinar la contienda que me aturde. Se acerca. Algo me dice. Puedo oler el tequila que navega por su sangre.
Como una llama sobre licor derramado, mi sexo corre por toda la piel y la enardece. Yo intento ocultarlo pero mis álgidos gestos no son suficientes: sin mucho esfuerzo, él toma mi mano y me conduce al rectángulo de duela donde decenas de pies se arrebatan el espacio. Los acordes del piano nos sueltan los pasos. La clave cubana mueve mis piernas sincopadas, las suyas me siguen con un ritmo perfecto. Mis hombros se relajan.
Él se aproxima. Su mano, con una firme caricia circular, sostiene mi espalda que se empeña inútilmente en alejarme de su pecho. La pena y la razón me abandonan en un golpe de pailas.
Una cumbia ondula nuestras cinturas y las empalma. Mi sexo siente en el suyo el latido del bajo, babea, me ensordece. Un bolero nos cambia el ritmo: mi cuerpo parece mudarse a su cuerpo en la lentitud de un giro.
El hombre me mira y sonríe. Le pregunto su nombre. Él acerca sus labios, me deja un hilo de letras en la boca, el sabor de su voz, y se retira. Lo veo salir del bar solo, sin prisa.

Una lágrima ácida me escurre entre las piernas.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Hoy por ti… mañana por mí

Me siento mal. He llegado a pensar que la mayoría de la gente es una egoísta o yo soy estúpidamente desinteresada.
Esta semana necesitaba ayuda y pensé que sería algo muy sencillo de resolver (y lo fue, pero el apoyo vino de alguien que no esperaba).
Ahora tengo una nueva clasificación de la especie humana con base en la necesidad.

Los que siempre necesitan algo.

Este espécimen no se muerde la lengua y sin rodeos te pide el teléfono de tal o cual persona que necesitan contactar (es despreciable que sólo te hablen cuando necesitan algo, pero tienen mi respeto por la franqueza).

Los que te quieren mucho y te hablarían más seguido, pero sólo lo hacen cuando algo les urge.
Este prototipo de persona es aquel que te adula, te dice lo importante que resultas en su vida (nunca te envía ni un mail en tu cumpleaños, pero eres súper importante para ellos) que esta vez eres la única persona a la que pueden recurrir. Los ayudas y vuelven a desaparecer por meses y hasta años.

Los que cuando los necesitas, tienen intención de ayudarte pero jamás coinciden, sin embargo ellos siempre te encuentran a ti.
Te salen con las siguientes frases:
*Neta… ¿Tienes el mismo teléfono?
*Pero si te mandé un mail. ¿No lo recibiste?
*Perdí mi celular y no tengo a la mano el contacto que me pides (ojo, perdieron el celular y te llaman a los pocos días de haber extraviado la agenda. ¿No perdieron tu número también?).

No todo es malo, también sobreviven las buenas personas.

Los que no te han pedido ningún favor y salen en tu ayuda cuando menos te lo esperas.
-Escuché que necesitabas esto…
Me cae que te cambian el día.

Con los que siempre cuentas y a veces ya no quieres molestar.
No tengo que describirlos, gracias a ellos aún mantengo la esperanza de que la raza humana no sólo se mueve por intereses perversos, dinero o contactos.

A mí me gusta ayudar (cuando está a mi alcance, trato de no fallarle a quien me necesita). Pero he abierto lo ojos esta última semana que necesité algo, si quieren llamémosle una insignificancia. Ya cuando pensé que no lo conseguiría, la ayuda vino de alguien a quien le agradezco su apoyo y espero hacerlo recíproco pronto.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Pueblo cuetero

Uno de los muchos momentos gratos que nos depara la lectura de Noticias del Imperio de Fernando del Paso, es aquél en el que nos cuenta cómo Carlota, recién llegada a México, contempla a sus nuevos súbditos en el repetitivo acto de arrojar cuetes (los cohetes con h o con o son de diseño alemán y no los expenden en México).
En honor de la nueva emperatriz (o gobernante, o santo patrono, o mito ancestral, o planta nuclear, o reina de belleza, o júbilo indefinido, o certamen ciclístico) los mexicanos arrojan cuetes.
A veces, cuando la ocasión lo amerita, se trata de cuetes barrocos que describen en el cielo complejas evoluciones para luego estallar en luces multicolores que trazan diseños como de jícara michoacana. En otras ocasiones –la mayoría– nada más suben al cielo con ronco silbido y luego truenan. Nada más.

Yo, como Carlota, he visto desde mi perpleja infancia esta mexicanísima ceremonia: un cuetero y cuarenta compatriotas que lo rodean y que ahí se están hora tras hora levantando la cabeza rítmicamente y oyendo los tronidos. A veces se distraen para comprarse un raspado, un elote desgranado o un pepino enchilado. Los perros van y vienen, los niños se extravían, a veces para siempre, y sus padres siguen ahí, comiendo pepino y oyendo tronar los cuetes.


Ni modo: somos un pueblo cuetero.


Eso no admite dudas. A la pobre emperatriz, que no podía entender por qué durante más de setenta y dos horas sus súbditos no pararon de tronar cuetes, hoy no podríamos darle una mejor explicación: somos un pueblo cuetero.
Lo somos de raíz. La vocación cuetera no distingue ni edades ni niveles sociales. Personas como yo (y como Carlota) que abominan de escupidores y que no le ven chiste al ritual del tronido, son considerados como extranjeros indeseables y terminan locos en algún castillo, o ejecutados en Yucatán, o trabajando para cierto grupo "multimedia" nacional. Tres designios aciagos. Lo sé por experiencia.


Desde muy pequeña fui radicalmente segregada del resto de mis primos, precisamente por mi falta de pasión cuetera. Nunca pude, por ejemplo, compartir el absoluto regocijo que le producía a mi primo Oscarín colocar cinco palomotas en serie en el baño de mi prima Nadia. Todavía hoy, cuando mi amigo Mauricio, tan querido por otras razones y tan respetable en apariencia, se acerca con rostro de “ahora sí comienza la diversión” y me muestra la enorme caja de cuetes que acaba de comprar, yo me siento extranjera en mi propia tierra y prefiero irme a dormir (cosa que no lograré con los cuetes).
Sin embargo, estoy consciente de que yo soy la del caso anómalo. Mi primo Óscar y Mauricio son hondamente mexicanos.
A mis ¿? años no logro entender por qué nuestras etnias gozan tanto al oír tronidos. Si pasara algo más… pero nomás truenan y de un hecho tan primario brota una felicidad mayor que la que sentiremos cuando terminemos de pagar la deuda externa.

Les aseguro, amados compatriotas, que el júbilo independentista puede prescindir de los cuetes. Por favor, no los lleven a la ceremonia cívica. No beban a lo bruto. Comportémonos como gente decente y no como lo que somos y, por favor, tengamos la fiesta en paz.
Muchos años llevo recomendando que gritemos en voz baja y que en lugar de pegar el aguardentoso alarido ¡Viva México!, hagamos algo todos los días para que México viva.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Ocho cosas que hacen que la vida sea chida

Es decir, ocho cosas que hacen que la vida valga la pena.

No van jerarquizadas, sino al hilo…

1. La música. Bendita música, maravillosa música, pinche música. Desde Erick Clapton con su “Tears in heaven” que me deprime al escucharla más de 2 veces seguidas en una tarde o Gardel, el mudo, que me enseñó que los hombres también lloran (se escucha dramatiquísimo, pero así fue); hasta Celso Piña que me mueve la patita con su cumbias, Depeche Mode, que me hacen vibrar cada milímetro de piel o los tremendos Pink Floyd que me hacen desear ser siniestra… sin pasar jamás, pero jamás de largo por HÉROES DEL SILENCIO y BUNBURY.
Escuchar música, bailarla, compartirla con amigos, cantarla entre risas o despecho, entre lágrimas o burlas, ha sido una escuela fundamental para mí. Y eso sí, en términos musicales soy bastante ecléctica: del rock al reagge sin vergüenza.

2. El olor a tierra mojada. Ja, si la lluvia me agarra en un mal día, me puede deprimir bastante, pero el olor a tierra mojada siempre siempre me hace sonreír. Ese respirar profundo y llenarse los pulmones con el fresco olor a tierra mojada es algo indescriptible (lo pienso y me pongo chinita, neta). Alguna vez lo comentábamos Joel y yo: habrían de vender enfrascado ese olor para los días en los que el espíritu anda de alas caídas.

3. La risa. Caray, es que hasta cuando estoy tristísima, en pleno drama de llanto terrible y dramático; si por alguna razón me miro al espejo y veo la nariz poco discreta y rojísima, los ojos hinchados a la sapo... no me queda más que reírme de mí misma. Me he reído hasta las lágrimas, hasta el dolor de estómago, hasta el acceso de tos. Me he reído en bodas, funerales, ceremonias de lo más serias, conciertos, me he reído hasta en sueños. Si me olvidara de cómo reír seguro moriría a los pocos minutos.

4. La noche. Siempre me ha parecido mágica, a veces creo que de noche cualquier cosa es posible. Además creo que funciono mejor de noche, me siento más yo, la creatividad fluye más suave. Los sueños llegan de noche (al menos los que valen la pena). En la noche salen las hadas a bailar con los vampiros, en la noche todos somos amigos. Gracias a la noche podemos disfrutar de la Luna, podemos ser quienes somos o quienes queremos ser.

5. El Principito. Cada una de sus palabras, sus bromas (buenas, malas o pesadas), su forma de hacerme enojar y reír al mismo tiempo. Las largas conversaciones donde desmenuzamos al mundo y nuestras almas, los sueños en los que llega y se queda, los días en los que él preferiría estar solo (pero tener una campanita) y hasta sus taras homosexuales, las conversaciones breves pero con hartos besos mandados. Su respeto por el lenguaje, por las palabras; su paciencia para enseñarme y su sabiduría para continuar aprendiendo.

6. Las palabras. ¿Qué haría yo sin ellas? Volverme loca, seguro. En las palabras he encontrado el mayor tesoro, la válvula de escape, el paracaídas, las alas… asombro, goma, espeluznante, lluvia, desnuda, odio, pasión, esperanza, maíz, perogrullada.

7. El amor. Aunque a veces duela, aunque a veces canse. Siempre teniendo presente que el amor propio va primero y que sin él no hay más que hacer. El amor sublime, poético, inspirador, sensual, deseable, adictivo, soñador.
8. Los amigos. Cada amigo que ha llegado a mi vida (se hayan quedado o no), los que son ya parte de mi familia y los de mi familia que son mis amigos también. Los de la infancia: Gaby, José Luis, Violeta. Los de siempre (estos que se quedan porque sí, sí jajajaja): Nora, Grace, Maga, Luis, Soto, Rubén. Los cometas: Ale, Xavier, Benjas. Los reencontrados: Joel, Israel, Mr. Pato, La Morsa, Picasso. Los más recientes (jajajaja eso suena raro): Conrado, Pepe, DaniG., Irma, La Niña Pato. Porque cada uno ha puesto una pieza en la construcción de deconstrucción de lo que soy siendo-sido.