Es decir, ocho cosas que hacen que la vida valga la pena.
No van jerarquizadas, sino al hilo…
1. La música. Bendita música, maravillosa música, pinche música. Desde Erick Clapton con su “Tears in heaven” que me deprime al escucharla más de 2 veces seguidas en una tarde o Gardel, el mudo, que me enseñó que los hombres también lloran (se escucha dramatiquísimo, pero así fue); hasta Celso Piña que me mueve la patita con su cumbias, Depeche Mode, que me hacen vibrar cada milímetro de piel o los tremendos Pink Floyd que me hacen desear ser siniestra… sin pasar jamás, pero jamás de largo por HÉROES DEL SILENCIO y BUNBURY.
Escuchar música, bailarla, compartirla con amigos, cantarla entre risas o despecho, entre lágrimas o burlas, ha sido una escuela fundamental para mí. Y eso sí, en términos musicales soy bastante ecléctica: del rock al reagge sin vergüenza.
2. El olor a tierra mojada. Ja, si la lluvia me agarra en un mal día, me puede deprimir bastante, pero el olor a tierra mojada siempre siempre me hace sonreír. Ese respirar profundo y llenarse los pulmones con el fresco olor a tierra mojada es algo indescriptible (lo pienso y me pongo chinita, neta). Alguna vez lo comentábamos Joel y yo: habrían de vender enfrascado ese olor para los días en los que el espíritu anda de alas caídas.
3. La risa. Caray, es que hasta cuando estoy tristísima, en pleno drama de llanto terrible y dramático; si por alguna razón me miro al espejo y veo la nariz poco discreta y rojísima, los ojos hinchados a la sapo... no me queda más que reírme de mí misma. Me he reído hasta las lágrimas, hasta el dolor de estómago, hasta el acceso de tos. Me he reído en bodas, funerales, ceremonias de lo más serias, conciertos, me he reído hasta en sueños. Si me olvidara de cómo reír seguro moriría a los pocos minutos.
4. La noche. Siempre me ha parecido mágica, a veces creo que de noche cualquier cosa es posible. Además creo que funciono mejor de noche, me siento más yo, la creatividad fluye más suave. Los sueños llegan de noche (al menos los que valen la pena). En la noche salen las hadas a bailar con los vampiros, en la noche todos somos amigos. Gracias a la noche podemos disfrutar de la Luna, podemos ser quienes somos o quienes queremos ser.
5. El Principito. Cada una de sus palabras, sus bromas (buenas, malas o pesadas), su forma de hacerme enojar y reír al mismo tiempo. Las largas conversaciones donde desmenuzamos al mundo y nuestras almas, los sueños en los que llega y se queda, los días en los que él preferiría estar solo (pero tener una campanita) y hasta sus taras homosexuales, las conversaciones breves pero con hartos besos mandados. Su respeto por el lenguaje, por las palabras; su paciencia para enseñarme y su sabiduría para continuar aprendiendo.
6. Las palabras. ¿Qué haría yo sin ellas? Volverme loca, seguro. En las palabras he encontrado el mayor tesoro, la válvula de escape, el paracaídas, las alas… asombro, goma, espeluznante, lluvia, desnuda, odio, pasión, esperanza, maíz, perogrullada.
7. El amor. Aunque a veces duela, aunque a veces canse. Siempre teniendo presente que el amor propio va primero y que sin él no hay más que hacer. El amor sublime, poético, inspirador, sensual, deseable, adictivo, soñador.
8. Los amigos. Cada amigo que ha llegado a mi vida (se hayan quedado o no), los que son ya parte de mi familia y los de mi familia que son mis amigos también. Los de la infancia: Gaby, José Luis, Violeta. Los de siempre (estos que se quedan porque sí, sí jajajaja): Nora, Grace, Maga, Luis, Soto, Rubén. Los cometas: Ale, Xavier, Benjas. Los reencontrados: Joel, Israel, Mr. Pato, La Morsa, Picasso. Los más recientes (jajajaja eso suena raro): Conrado, Pepe, DaniG., Irma, La Niña Pato. Porque cada uno ha puesto una pieza en la construcción de deconstrucción de lo que soy siendo-sido.