Sumi-E
Sesshü era un niño
tan insurrecto, amotinado y alborotador,
que para castigarle,
un día le ataron a un árbol.
Lloró.
Con sus lágrimas
dibujó un ratón y,
dicen, que aquel animal
cobró vida
y se puso a roer
las ataduras.
Sesshü creció.
Alcanzó poesía de pintor
gracias a sus traumas,
pero hubiera preferido
que nunca le ataran al árbol.