viernes, 1 de febrero de 2008

Sumi-E


Sesshü era un niño

tan insurrecto, amotinado y alborotador,

que para castigarle,

un día le ataron a un árbol.

Lloró.



Con sus lágrimas

dibujó un ratón y,

dicen, que aquel animal

cobró vida

y se puso a roer

las ataduras.



Sesshü creció.

Alcanzó poesía de pintor

gracias a sus traumas,

pero hubiera preferido

que nunca le ataran al árbol.