Nadie que lea podrá comprender ni con un a be ce lo que es un parteaguas en un viernes que no me gusta.
Cómo se cuelga la bocina enfadada por no saber cómo acomodar palabras y lograr conceptualmente la co-mu-ni-ca-ci-ón.
Ni cómo se necesitan dos personas: una que grite y otra que hable, en una intesiplática poco familiar cuando yo soy la que saca la bandera blanca pidiendo clemencia porque sigue doliendo el pecho, y el corazón y el alma y las arterias cuando se tocan temas que no son melodiosos, ni románticos ni alegrías de alamedas compartidas.
Tampoco se entendería que la relación más larga la he tenido con dos personas durante 31 años, que ya son bastantes, y que hay un año en específico, precisamente al año 31, en que se tienen que hacer negociaciones de tipo amistosas para no romper cualquier tipo de contrato no prematrimonial.
Quizá no haya nadie más que yo a quien le duela, un sábado a la una treinta a eme despedirse de las cosas que le fueron familiares durante poco más de un año.
Y qué importa... mañana sábado se cumple un tercer mes lleno de bendiciones... Las palabras que se dicen, los momentos que se dan, al mundo nada le importa, sólo gira y gira, aunque uno a veces (muy pocas, por cierto) se quiera bajar.