martes, 28 de julio de 2009

Wish you were here

De nuevo el largo pasillo. LaMar camina mirando las figuras desgastadas del centro de la alfombra. Sabe que no puede hacer otra cosa. No hay puertas. No hay salidas de emergencia. El corredor y ella se doblan a la izquierda.

Las pequeñas lámparas incrustadas en la pared, casi en el piso, le recuerdan las de un cine: sólo puede ver sus propios pies y las enredaderas y flores sucias que se repiten cada dos pasos en la alfombra. El pasillo la obliga a doblar nuevamente a la izquierda. Una vuelta más y hallará la única puerta que hay en esa oscura herradura.

Esta vez LaMar presiente que encontrará algo distinto, una luz, un espejo. Extiende los brazos y alcanza a rozar las paredes lisas con los dedos. En ellas no hay nada: cuadros, lámparas, bordes, ventanas. Como siempre. No sabe cómo ni porqué termina ahí dentro cada noche. Cuando abre los ojos, aparece en el maldito pasillo. ¿O es cuando los cierra? Lo extraño es que nunca recuerda haberse dormido ni despertado.

Sin el temor ni la angustia de los primeros días, sigue el último giro del corredor. Al fondo distingue la raya de luz debajo de la puerta y sonríe. Deja de mirar el suelo, de tocar las paredes.

Escucha un viejo radio, una guitarra: seguro es el despertador que está programado con su iPod. Sin darse cuenta, ya está silbando I wish you were here. Camina más deprisa, contenta: sabe que todo va a terminar pronto.

A unos pasos de la puerta, la voz de Gilmour se oye nítida: Do you think you can tell... LaMar se detiene, cuando gira la perilla lentamente, recuerda que no tiene grabado nada de Pink Floyd, que no sabe inglés y, sin embargo, entiende: cold comfort for change?

Abre la puerta con el corazón punzándole en los dedos: la luz la enceguece, a tientas da un paso, y otro, y otro: no despierta. La música sigue sonando en otra parte, detrás de los muros.

Reconoce su voz: How, how I wish you were here...