viernes, 24 de julio de 2009

Alicia y un mundo loco

...y corrió, y corrió, y corrió. Lo hizo con todas sus fuerzas, con toda su alma. Lo hizo como no lo había hecho nunca.

Un manto pizarra vestía en tormenta el arrasador cielo de la bochornosa tarde. Las primeras gotas caían como losas sobre la reseca hierba, anegando una tierra incapaz de soportar tan repentino bombardeo. Pero ella no se daba cuenta, y seguía su apresurada marcha. Corría, corría y corría, como si no tuviese otra cosa en la vida que hacer.

Exhausta, cayó de bruces al pie del olmo seco, y arrodillada, comprobó con desesperación que no había conseguido avanzar ni un solo metro del lugar donde minutos antes había iniciado su fatigosa huida. Respiraba torpemente, abriendo la boca lo máximo que le permitían sus mandíbulas. Decidió rendirse, y cuando recobró el primer aliento, decidió preguntarle a ella, a la reina roja:

- ¿Cómo es posible? Llevo corriendo varios minutos y no he logrado separarme ni un centímetro de este árbol.

- Lógico - respondió con cierto aire de desdén la reina.

- ¿Pero por qué? En mi mundo, si te mueves te alejas de los objetos. Los dejas atrás. Acercas tu cuerpo a unos nuevos, pero los antiguos los abandonas por siempre- dijo esa Alicia expulsada al País de las Maravillas.

- Lento mundo el tuyo. Aquí, éste, corre tanto como tú. Si deseas avanzar, debes correr el doble que él- sentenció.

Abatida, Alicia comprendió que la misma reina que había dado muerte al tiempo, de igual manera había conseguido hacer desaparecer el espacio. Y se conformó con ver pasar los días, no los minutos, porque estos siempre eran el mismo minuto. La misma hora. Y se conformó con permanecer por siempre anclada en el mismo lugar, puesto que por más que intentara evitarlo, el mundo correría a su misma velocidad...