Se miraban con la extrañeza propia de dos personas que habían estado a punto de ser amantes. Esa delgada línea divisoria les provocaba un nerviosismo tan sutil que pocos ojos circundantes lo notaban.
Sus ojos se buscaban entre la gente y cuando se encontraban sonreían ensayando sus mejores sonrisas fraternales, tratando de ocultar la intensa atracción que los unía. La discreción debía ser absoluta ya que no habían cruzado la frontera y su amorío se limitaba a un montón de palabras sugerentes, indirectas y deseos apenas plasmados en el aire.
Rodeados de gente ambos quedaban absortos en sus pensamientos preguntándose cómo habría sido aquel romance, creando distintas versiones de la pasión, algunas incluso con final dramático y desgarrador. Sin embargo, siempre coincidían en el hechizo de sus miradas, en la seducción de sus palabras y en lo poderosa que podía ser su imaginación.
Sonreían y se saludaban cordialmente. Yo los observaba de lejos preguntándome si se darían cuenta de que era justamente la falta de clímax lo que los hacía vibrar.