domingo, 19 de octubre de 2008

Chula

Yo la verdad es que no sabía casi nada de nada.

Sabía que la silla estaba ahí y que era para sentarse o para bajar cosas de la estantería. Sabía que la gente me llamaba Chula aunque mis papás me habían puesto Rachel y en mi acta de nacimiento habían escrito Raquel.

Supongo que no sabía muchas cosas porque no me importaba, pues. Me dedicaba a entrecerrar los ojos y ver colores y formas. A veces veía sus ojos de avellana mientras me decía "te amo mi chula" y no le creía nada porque siempre terminaba dejándome sola ahí; ni me gustaba que él me llamara Chula, lo decía como si le perteneciera aunque no quisiera llevarme con él y aunque yo no hubiera ido.

Cuando empezaba a recorrer el sendero que llevaba a la salida del rancho yo le veía la espalda angosta y me convencía de que no servía ni para marido ni para padre. Cerraba los ojos deseando siempre verlo caminar así, de salida, yéndose lejos, dejando de una vez por todas de llamarme "mi chula".

La abuela se empeñaba en enseñarme a cocinar, el abuelo en que aprendiera geografía, mi mamá a hacer dobladillos y mi hermano a disparar bien la escopeta. El único que se sentaba conmigo a encontrar caras en las hojas de los árboles era mi papá, me contaba historias mientras yo pacientemente me deshacía de las pocas canas que le salían.

No comía a menos que escuchara la voz de mi papá y si me sonreía era capaz de acabarme el platón de zanahorias y hasta darle unos bocados al estofado. Con su voz me dormía y con su voz me despertaba. Saber cosas no me parecía importante si él ya las sabía y podía contármelas.
Un buen día me dijo "Chula, el señor Carlos va a regresar en 3 meses y esta vez te vas con él", su voz era una mezcla de tristeza y falsa determinación. Ese día supe que era tiempo de que supiera cosas y que tenía que saberlas rápido.

Sorprendí a mamá practicando dobladillo tras dobladillo y hasta remendando calcetines; aprendí a hacer arroz, pan de leche, café bien cargado y caldo de pollo; agobiaba al abuelo preguntándole sobre mil y un lugares y recitándole los nombres de los ríos más importantes de la zona; y maté en una semana a todas las ratas que había en el granero.

Ya sólo cerraba los ojos para dormir o para tratar de recordar algo que ya sabía. Papá me miraba siempre con ojos de susto y sorpresa y me contaba sobre las ciudades que había conocido, sobre la poesía; me enseñaba paciente a pescar y limpiar bien todas las vísceras.

Tanto sabía que pasaron dos meses y yo pensé que habían pasado dos años. A veces, cuando entrecerraba los ojos para contestarle al abuelo que el Támesis estaba en Londres o para apuntarle a alguna rata imaginaria, se me aparecía la imagen de él como lo había visto por última vez, dándome la espalda, pero ahora los ojos de avellana los tenía incrustados en la nuca. Esos pinches ojos de avellana rancia me miraban fijamente y yo sentía ganas de correr.

El último mes fue como una ensoñación, ya había dominado el estofado y el pavo relleno; me había hecho cinco faldas que le encantaron a mamá y dos pantalones que escondí en el baúl. Eso sí, no le disparaba más que a las ratas y me negué a aprender las ciudades de África. Papá miraba hacia el sendero a cada rato, como atormentado por los pasos invisibles de aquel hombre mentiroso de espalda angosta; mi hermano hacía planes, sin terminar de convencerse, para convertir mi habitación en un observatorio, en un cuarto de armas o en una biblioteca para el abuelo.

Las noches se habían hecho calurosas y yo las aprovechaba para ir al río a refrescarme y para saber lo más que pudiera saber sobre ese inmenso bosque que me rodeaba.

Inevitablemente llegó a su fin el mes y al caer la noche, llegó el señor.

La familia se reunió en el porche para recibirlo, mal iluminados por un par de velas que ahumaban más de lo que brillaban.

Se encaminó por el sendero hablando casi a gritos "te dije, mi chula, que volvía por ti".

Yo salí de entre el bosque, quería verle la espalda y no los ojos de avellana.

Vi bien la espalda angosta, entrecerré los ojos, me imaginé las avellanas incrustadas en la nuca y disparé.