domingo, 12 de octubre de 2008

BREVE ESTUDIO DE LA ROLLOMETRÍA

El resultado ha sido francamente estimulante: desde el sanguinolento culto a Huitzilopochtil nada había conmocionado tanto a la sociedad mexicana como la bolología. Conste que no estoy reclamando para mí ninguna patente de invención. Si acaso, solicitaría un modesto nicho (en la parte más alta y esplendente) en el panteón de los divulgadores de tan noble ciencia.

Es turno ahora de la caterva de catequistas, usufructuarios y aportadores entusiastas de tan inagotable disciplina. Yo ya estoy en otra cosa. Como diría mi madre Gelita: cuando ustedes van por la leche, yo ya vengo con el jocoque. Lo mío ahora, máxime que ya me chuté por televisión el programa Historias secretas de Monterrey, es la rollometría, disciplina paralela o complementaria de la bolología.

Tiempos de tanta tiniebla y reventazón como éstos, son ideales para el desa-rrollo de la rollometría (del latín rotulus, cilindro o pieza de esa forma, y del griego metrón, medida, evaluación o cálculo). Bueno, pues ahí está la rollometría como prioridad nacional. Si en tiempos como los que hoy vivimos no hay un solo mexicano que no esté dispuesto a soltar un rollo y a recibir (justo castigo) un revire de 500 rollos de igual o mayor grosor, no se impone la rollometría (la posibilidad de distinguir, evaluar y sopesar un rollo), yo ya no sé cuándo podrá prosperar esta ciencia.
Dicho esto, procedo a proporcionarte, lectr@, los primeros elementos de la rollometría. Para esto, se hace indispensable establecer ante todo ¿qué es un rollo?
Un rollo es una masa grande de palabras inconexas (aunque aparentemente conexas) que emite un sujeto que, en el fondo, no tiene ni LMMI (la más méndiga idea) de lo que está hablando. No en balde el ilustre Corominas vincula la palabra rollo con el verbo arrullar, que algo tiene de paloma, de lactante canto inocuo e inicuo y algo tiene, nomás faltaba, de cruz y de calvario.

Algunos tiran rollo por necesidad de mantener algún endeble y mal ganado prestigio de inteligentes, informados u ocurrentes. Muchos lo hacen por razones más elementales: porque aire y saliva son gratis, porque me lo pidió Villegas, porque en algo hay que ocupar el tiempo, porque en el momento en que me calle me van a mentar la madre o porque, como la física nos advierte, hay que llenar los vacíos y nada hay más vacío que esos densos silencios que invaden la conversación.
Estudiar rollometría es hoy una obligación cívica. Si pretendes seguir leyendo ocho periódicos diarios, participar en charlas electoreras, leer declaraciones de Calderón o Monsiváis, responderle a parientes que hablan desde el extranjero para saber qué está pasando, más te vale iniciarte en los misterios de la rollometría. Es un arte de defensa personal que te permitirá, llegado el momento, pasar a la ofensiva. La rollometría es bella e instructiva, así que me comprometo a iniciarte en esta gaya ciencia.
¿Sale? Rollo o muerte. Venceremos.

ROLLOMETRÍA APLICADA
Vuelvo pues a la sutil materia de la rollometría. Habitada como estoy por el “eros pedagógico” y prófuga como soy de la educación marista de mi padre, considero que no hay mejor umbral para adentrarse en un conocimiento que establecer una clasificación primera y, acto seguido, ilustrarla con ejemplos. Estos son los pilares de mi epistemología.
La rollometría que, como el estudio de los bebés, es una ciencia que todavía está en pañales, ha dado sus primeros pasos a través del conocimiento de distintos rollos de uso público o privado.
En favor y por amor a los legos, enumeraré los principales.
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Rollitos de jamón
Son el rollo en estado larvario. Suelen constar de una oración lo suficientemente enrollada en torno a una palabra ininteligible que es la que ejerce el efecto de parálisis y terror en el escucha. Quien recibe un rollito de jamón se queda pensando: este es un genio, pero si le sigo preguntando voy a poner en evidencia mi desinformación y naquería metodológica.

Ejemplos de rollitos de jamón: desde una óptica holística, tu pregunta no tan sólo no admite respuesta, ni siquiera es pregunta (lo de la óptica vuelve locos de contentos a los rolleros). Tu actitud es tan decimonónica que no resiste una lectura lacaniana (lo de lectura lacaniana es como tiro de gracia). La violencia sólo engendra violencia (esto es una maravilla. Es como decir que los patos sólo engendran patos. Noble descubrimiento). Reconociendo la existencia de un caldo de cultivo, sería necesario contemplar varios escenarios virtuales, posibles o fáticos (éste es un verdadero pasamontañas retórico). Que aquí queden estos tres ejemplos. Con toda libertad puedes usarlos. Es mucho mejor decirlos que tener que oírlos.
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Rollos de canela
Éstos son de uso femenino y para consumo doméstico y conyugal. Se sirven después de la cena y se ha de aguardar a que el cónyuge se esté poniendo la pijama.

El momento más recomendable es ese instante de indefensión total en el que el marido se está quitando el pantalón. En ese segundo preciso hay que decirle: estoy muy sentida... (bien lanzada, esta expresión provoca que el sector masculino se enrede con la prenda y caiga de bruces) pues qué ¿soy tu qué, o qué? (no hay hombre que pueda responder esto)... no quiero ahogarme en un vaso de agua (esta es una fulgente metáfora natatoria)... pero me duele mucho que no me des mi lugar...
Dicho esto, la señora con camisón de franela cae en un profundo sopor, mientras en marido se queda toda la noche viendo el tirol y navegando rumbo a los somníferos y el psicoanálisis.
No es éste el único rollo de canela. Es sólo un ejemplo. Vienen en las más variadas presentaciones.
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Rollo higiénico

Es un rollo netamente defensivo.


Es extremadamente útil en esas tensas situaciones en las que no tiene uno nada que decir, pero tampoco quiere uno comprometerse no quedarse callado.

El PRI y el PAN lo han hecho suyo desde el 1 de enero. Ejemplo: ¿cómo no reconocer los grandes rezagos, pero cómo no aplaudir los grandes avances? (no, pues sí).


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Gavilán rollero
¡Se llevó mi polla el gavilán rollero!
Homenaje y reconocimiento también a los indudables poderes eróticos del rollo. “Si no hay rollo, no hay bollo”, se decía en Aragón en el siglo XVII. Sabias palabras.
Bien mirado, el rollo seductor (rollo de encaje) es el único que realmente sirve para algo.
Dicho de otra manera: sólo la perspectiva de “dar a la caza alcance” (San Juan de la Cruz) justifica la existencia del gavilán rollero.
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Rollo mechado
Requiere de preparación electrónica. Su elaboración precisa de un mínimo de dos ingredientes que, por contradictorios, se anulen y engendren, desde su contigüidad, la confusión, el anonadamiento y la esquizofrenia del receptor. Es enormemente indigesto y puede provocar reacciones paradójicas, vértigo y crisis convulsivas.
Ejemplo muy reciente: la Chuchis y yo estábamos viendo el documental “Chiapas, la historia a fondo”. Las imágenes eran impecables. Está hablando la subsargenta Gaudencia (o algo así) y está diciendo no sé qué cosas. Con todo y pasamontañas, se puede adivinar que es una mujer joven, serena y con una mirad hondísima. Bien por ella. Algo hay de emocionante y poético en su decidido mirar. De pronto: ¡corte!, y de la selva la pantalla pasa a mostrarnos una recámara como de lúbrico motel donde se firman acuerdos de la montaña. En la cama está echadote “el hombre que lo tiene todo”. Tiene cara de enérgica estupidez. Una voz mamonerísima que quiere ser erótica nos avisa que a los hombres que lo tienen todo (fundido) les hace falta una pluma Chúpermas (o algo así). Entra a cuadro una chaférrima rubia con camisón de ninfeta poblana y le da su pluma (en calidad de anticipo) al hombre que lo tiene todo. Éxtasis y disolvencia final. Corte a Chiapas. La Chuchis hace bizcos (que es su fuerte) y mi vulnerable cerebro hace ruidos como de fax. Algo me avisa que no se pueden reunir impunemente “el hombre que lo tiene todo” (chorreado) y la dulce y firme mujer chiapaneca que, en verdad, no tiene nada más que su dignidad. Me detuve en este ejemplo de rollo mechado porque todavía no me repongo; pero no hay día que los “medios” no nos cocines varios de esos suntuosos y venenosos platillos.
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Rollo alupack

Son rollos para llevárselos a casa y guardarlos en el refri o dárselos al perro. Tienen que comenzar con estas (o similares) palabras: “No me contestes nada... sólo te pido que lo pienses... ¿nos merecemos el país y yo lo que me estás haciendo?... por favor, ahorita no me digas nada... coméntalo con tu psicoanalista o a quien más confianza le tengas...”. Soltar un rollo así provoca grande estupefacción y eventual rendición de el(la) destinatario(a). La coartada patriótica es efectivísima.



Epílogo desde los rollos del Mar Muerto
Todo mexicano es, en potencia o en acto, una tzaráracua de rollos. Tenemos tal capacidad para no enterarnos, tal flojera para profundizar, tal capacidad de posposición, tal facilidad para el rastreamiento y explotación de pretextos y tal vocación para la mafufología activa que, el rollo se nos ha vuelto artículo de primera necesidad.
Un rollero en cada hijo te dio. Desde el plomero que fue ayer a arreglar la bomba del baño de la casa de mamá en compañía de su extraviado ayudante (fíjese queste la bomba pusyaquedó peroeste quedó con un fallo; o sea que tiene un error peroese yalotraiba; o sea queyaquedó, pero yo queusté mejor no la usaba porque enunadesas revienta y yo le quedo mal... pregúntele aquí al muchacho y verá que no le miento) hasta el cósmico hombre de empresa Raymundo Gómez (cito textualmente de El Norte: “Los grupos marginados del país ‘han vivido así porque han querido’; además, después de cientos de años de estar en esas condiciones ‘ya viven de una manera agradable’”.
Cerré las comillas porque me ganó el llanto ante una sensibilidad social y una hondura antropológica que deja al cañón de Colorado en calidad de bache de Monterrey.
Con esto termina nuestro breve estudio de la rollometría teórica y aplicada. La materia dista mucho de estar agotada. La rollometría mexicana, amén de impecable y diamantina, es caudalosa e inagotable.