martes, 23 de septiembre de 2008

Vergüenza

Están ahí, en tu garganta. Son todas esas gotas que se quedaron en el camino hacia tus ojos. Por alguna u otra razón no suben más. Será quizá que se tronó el motor de la cisterna que impulsa el agua hacia arriba. O que, admítelo, te da vergüenza llorar en público.
Entonces las lágrimas se quedan atravesadas en la garganta. Sientes eso que llaman un nudo. Te quiebran la voz, atoran tu cabeza y te impiden levantarla. Caminas con la mirada al suelo esperando que así, si es que salen, caigan directo al piso y no dejen evidencias en tu rostro.
Son muchas, porque hace mucho que no lloras. Pero recuerdas que el llanto te deja los ojos irritados, las mejillas rojas y un dolor de cabeza peculiar.
La sensación se extiende hacia abajo, pero ahí hay un vacío. No es que no hayas comido. Es que toda la tristeza se arrinconó en las paredes del estómago, aferrada, agarrada con sus uñas para no salir, para no escapar a manera de lágrimas.
Y entonces te duele y cruzas las manos sobre el vientre, como para que nadie se dé cuenta de que algo se mueve dentro de ti.
Tú crees que la gente te ve por tu aspecto lánguido, por caminar despacio, por hablar quedo, por mirar al suelo. Pero por ir así no te das cuenta de que hay varios que deambulan por el mundo apresados por la tristeza, jorobados, agachados y sobreviviendo al dolor.