domingo, 20 de abril de 2008

Variaciones de "Le Petit Prince"

Pasaba solo las horas, sin encontrar a nadie con quien verdaderamente pudiera hablar, hasta que algo me sucedió en la carretera a Reynosa. Mi motor sufrió una rotura. Como no contaba ya con mecánico ni pasajeros (la única pasajera se fue con un buen trailero llamado Juan Ausencio Carrasco), no tuve otra opción que la de intentar solo una difícil reparación.
Indudablemente era para mí, una cuestión de vida o muerte. El agua que tenía, sólo me alcanzaba para ocho días.
Me recosté sobre la tierra, pasando así mi primera noche nada menos que a mil millas de toda región habitada. Me encontraba por cierto, más alejado que un náufrago dentro de una balsa en medio del océano. Inexplicable fue mi sorpresa, cuando al despuntar el día una extraña vocecita me decía casi suplicante:
-Por favor... dibújame una grúa!
-Eh!-exclamé-
-Dibújame una grúa...
Como atravesado por un rayo, de un salto me puse en pie, refregué mis ojos y observé con severa atención. Me encontré frente a un increíble hombrecito que me examinaba gravemente.




Es éste el retrato más acertado que tiempo más tarde logré hacer de él.
Continuaba absorto mirando aquella aparición ya que me encontraba, como les dijera, a mil millas de toda tierra habitada. El hombrecito, sin embargo, no me parecía extraviado, ni cansado ni muerto de sed ni de hambre y menos muerto de miedo. No tenía el aspecto de un niño extraviado.
Al fin pude hablar y entonces dije:
-Pero... qué haces aquí?
Suavemente pero muy serio repitió:
-Por favor... dibújame una grúa...
Cuando el misterio es demasiado grande, es imposible desobedecer. Por ridículo que me pareciera, a tantas millas de una región habitada y en peligro de muerte, tomé de mi bolsillo un papel y un lápiz. Comuniqué al hombrecito, no en el mejor tono, que no sabía dibujar. Me contestó:
-No importa. Dibújame una grúa.
Garabateé este dibujo:


Le dije:

Esta es una caja. La grúa que quieres está adentro.
Sorprendido me quedé al comprobar que el rostro de mi joven juez se iluminaba:
-Es exactamente como la quería!
Sí, Principito... ésa es la que tú querías... pero y la que tendría que venir por mí?...
-Ahora que me vaya, mirarás por la noche las estrellas. No sabrás exactamente cuál es la mía, pues mi casa es demasiado pequeña. Pero será mejor así. Para tí mi estrella será alguna de todas ellas; te agradará mirarlas y todas serán tus amigas. Luego te haré un regalo...
Entonces, después de que el pequeño desapareció, llegó la grúa.
El viajero regresó a la realidad...