¿A dónde se van las cosas que alguna vez llegamos a pensar? O cómo el paso del tiempo nos desvía hacia otras.
El fin de semana pasado, no éste, sino el otro, me acordé de la coneja Kika, una coneja asquerosamente fea con la que dormía mi primo Oscarín, perdón, Óscar (porque no están para saberlo, pero él ya es grande).
Y bien, es así como he descubierto (¡qué lista!) que somos un historial de imágenes. Tal vez cuando llegue a los 80 recuerde cómo odiaba que mi madre nos hiciera sopa en verano.
En los próximos años quiero tener el flashback donde me recuerde cuando pasábamos las vacaciones en Mazatlán y en plena avenida Del Mar, justo en el malecón, me caí de la carriola.
¿Qué cosa es lo que nos lleva a recordar algo? Un sabor, un olor, el tacto. Me ha pasado ir por la calle y recoger la estela de alguien y evocar a otro o a otra.
Me pasó el sábado. Voltear hacia arriba y recordar que a mis 5 años, cuando salía al patio de aquella casa y me echaba al jardín con la panza al cielo, mi mente creía fervientemente que el cielo era agua, que había gente nadando en el cielo... que un día voltearía y vería un tiburón, o los pies de alguien que estaba sumergido en el agua de mi cielo.
Y no son tonterías, son cosas de niños...