Hay mucha expectación por descubrir cómo será el nuevo disco de Enrique Bunbury. Expectación por ser el primer disco plenamente en solitario desde 2004 y el primero tras la disolución de El Huracán Ambulante, su anterior banda. Expectación por saber qué habrá grabado tras el reencuentro con Héroes del Silencio. Expectación por conocer qué habrá salido de la nueva colaboración con su viejo productor Phil Manzanera. Ya tengo el álbum Hellville de luxe y daré unas primeras y urgentes pistas de referencia con las que trataré de despejar tales incógnitas.
Adelantándome casi un mes a la fecha de lanzamiento (el cual se dará el 7 de octubre… sí, me tomé un tiempo para disfrutarlo y apreciarlo… ¡ah, y rolarlo!), conseguí una copia del esperado Hellville de luxe, su primer disco netamente en solitario desde aquel El viaje a ninguna parte de 2004.
Se trata de la versión que saldrá editada en CD, la que contiene 11 temas, no los 15 que se publicarán en la edición de doble vinilo. Un disco en el que Enrique vuelve a contar con Phil Manzanera en la producción, con el que no trabajaba desde Radical sonora, de 1997, cuando Bunbury debutaba como solista. Desde entonces, ha ido dando giros de timón, seguramente buscando una identidad propia tras su salida de Héroes del Silencio, pero ha pasado tanto tiempo que, incluso, el año pasado asistimos a la reunión de Héroes para afrontar una única gira. Lo que motiva una de las primeras interrogantes ante Hellville de luxe: ¿Habrá afectado la vuelta heroica a la nueva obra de Bunbury?
Tras unas primeras y urgentes oídas a conciencia podemos dar respuesta: No, y eso que Hellville de luxe es un disco que afronta su primera parte encarando el rock desde una óptica bien potente.
Sí, con rock and roll acelerado se abre el álbum. Pero rock sucio. Rock, ahora ya se puede decir, con las señas de identidad propias de su autor, ésas que encontró en, precisamente, El viaje a ninguna parte, el fascinante disco al que pocos parecieron prestarle la debida atención. Allí estaba la semilla de un sonido netamente Bunbury, pues canciones como "Que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha", "Los restos del naufragio", "Lo que queda por vivir" o "La señorita hermafrodita", sin saberlo nosotros, estaban sentando las bases sobre las que Enrique fundamentaría una manera de aproximarse al rock, con volumen, con la voz escupiendo más que cantando y con un cierto desaliño melódico e instrumental.
Justo las claves con las que "El hombre delgado que no flaqueará jamás" (título con ecos dylanianos) inaugura Hellville de luxe, pero ahora con un órgano –que acompañará a toda la primera parte del álbum– y unas guitarras salvajes en primer plano.
"Soy un explorador solitario que perdió la brújula y el mapa, y ustedes me han visto siempre en acto de servicio, dándolo todo, a punto de perder la vida" son los primeros versos que canta Bunbury, soltando palabras a borbotones, olvidándose por momentos de la métrica. Casi siete minutos, en los que suenan hasta palmas rítmicas, que son como una declaración de intenciones en la que entre versos canallescos se entregan retazos de la personalidad de su autor. "El cantante se siente como en su casa en cualquier escenario de la ciudad".
Pero sigue el rock, y los primeros compases del medio tiempo "Porque las cosas cambian" parecieran estar firmados por la vieja E Street Band de mediados de los 70. El ritmo engancha inmediatamente al oyente y Enrique canta sacando afuera su mejor perfil de baladista rockero en la que es una de las mejores canciones del disco. Un tema que habla sobre el paso del tiempo y que –y será la tónica del álbum– adquiere aires confesionales ("Éstas son mis credenciales, no hay males que duren más que yo, y prefiero rock and roll, no me conviene estar callado"), aunque también sale el crítico social: "Porque las cosas cambian y no estamos aquí de visita, espero que me permitan que les contradiga un poco. Porque las cosas cambian, y cuidado, que nos vigilan la policía de lo correcto y las buenas costumbres de hoy". La guitarra, en los segundos finales, ya no es que sea rockera, sino que parece premeditadamente rockista, casi tópica, como si Bunbury buscara recuperar las claves del rock and roll más básico. ¡Y esta producción la firma el exquisito Manzanera!
Ahora arriban consignas para el derribo, para los corazones pisoteados: "Ya no creo en los anuncios de felicidad" entona en "Bujías para el dolor", con el órgano bien en primer plano y la guitarra punteando. Y entra un estribillo que será coreado con energía en los conciertos, ya me imagino con el resto de la banda con los brazos en alto, cantando: "Virgen del Carmen, patrona del mar, paraíso perdido en algún lugar, contrabando de amor...". Rock, chingao, hasta en los medios tiempos este disco supura rock. Y ahora vienen más riffs, duros y violentos que caen como un hacha. Llama la atención la dicción de Enrique, que siempre se sintió orgulloso de que se le entendiera con claridad, pero que aquí parece renunciar a ello en pos del dramatismo vocal. Y es que es difícil escupir y preocuparse porque se te entienda lo que dices.
"Todos tenemos algo que esconder, o no, todos tenemos algo que decir, o no. Pero nada puedo mostrar y nada podría mostrar si no fuera por ti" canta en "Si no fuera por ti", un tema en el que la sección rítmica parece sacada de un disco de hard industrial, pero llevado hacia un punto épico. Las afiladas guitarras siguen pegando con nervio sobre una oscura letra que va al encuentro de licores y noches desoladas.
Atención, que viene "Hay muy poca gente", un temazo. Con intro instrumental fabuloso, con la banda sonando compacta. Entra la voz del mejor Bunbury y los pelos se erizan: "Me gustaría poder girar como un carrusel o seguir la corriente y cruzar el puente de la incomunicación, y saludar desde el balcón sonriendo como los artistas en las revistas del corazón. Me gustaría celebrar y brindar por la navidad, vacaciones en familia y prepararles la comida, una barbacoa al sol y tarde de televisión, pero ese no es mi estilo, y es tarde ya para cambiar". El vibrante estribillo es casi pop en esta canción narrativa-confesional: "Nada puede dañarme con mis amigos, nadie puede, nada puede. Las palabras no sirven para nada. Empiezo a pensar que en realidad hay muy poca gente". Enrique, la persona, crece… y Bunbury, el autor, alza acta de ello. Hay amargura en este disco, visiones poco optimistas del mundo. Consideraciones sobre la soledad y las cuestiones que importan de verdad.
"El porqué de tus silencios" cierra la primera parte del CD. Es un tema tranquilo, casi delicado pero todavía eléctrico, cadencioso, con una gran letra, pero no adelantaré nada, descúbranlo. Arreglos muy cuidados, con sus filigranas beatle y una guitarra muy harrisoniana.
LA SEGUNDA CARA
Si este fuera un viejo disco de vinilo, ahora tocaría darle la vuelta, ponerlo en la tornamesa y descubrir que esta primera cara era la rockera, la más guitarrera, la más eléctrica. La segunda supone la calma tras la tempestad. Ahora llega una tanda de canciones cuyo sonido –plenamente integrado en esa controlada suciedad arenosa que hemos venido escuchando– baja de intensidad, abandona los guitarrazos eléctricos y opta por darle protagonismo a la mandolina, las guitarras acústicas, el acordeón, la armónica... para asumir una cierta estética de folk norteamericano que, una vez más, enlaza con algunas etapas de Bob Dylan.
El primer tema de esta segunda parte es "Doscientos huesos y un collar de calaveras", que se abre sólo con voz y guitarra, y se van introduciendo más instrumentos poco a poco, pero con mucho tiento. Es una canción de amor, quizás la más dulce de todo el álbum: "Tus doscientos huesos y un collar de calaveras para que sepa volver y volverte a encontrar. Deja que pueda traer alivio a tu boca y tu nariz. Y no desaproveches una buena erección. Cada palabra tuya cual imagen devota y la lluvia cayendo por el borde de mi sombrero [...] Y yo que he dormido contigo, puedo afirmar que hasta las pequeñas discusiones fueron contigo algo estupendo". Bunbury canta con intención, con pasión. Esto es amor.
"Irremediablemente cotidiano" por momentos tiene ritmo de bolero pero sin serlo, mientras que las guitarras parecen deudoras del sonido patentado por Marc Ribot. Otra buena canción tranquila que transita por diferentes estados musicales. "Nos salvaremos juntos o nos hundiremos, cada uno de nosotros por su lado, los de arriba siempre se sientan en los de abajo".
Sigue la calma en "Canción cruel". Una hermosa letra sobre las supuestas verdades que nos hacen creer los medios, sobre el paso del tiempo y que incluso nos invita a abrirnos a nuevos sonidos. La instrumentación es mínima: guitarra acústica, banjo, armónica... "Y el tic tac del reloj marca tus horas, cuenta hacia atrás. ¿Cuánto crees que te quedará?". Una gran canción.
En "Todos lo haremos mejor en el futuro", Enrique opta por recurrir a su onda más tomwaitisiana, con la voz impostada para un tema sobre la barbarie del ser humano ante el deterioro del planeta. Hay crítica enfocada desde la ironía: "Todos lo haremos mejor en el futuro, así se le hace frente a la subida del mar. Lo que no acabe con las especies nos hará mucho más fuertes. Que la gente encuentra luz en medio de la desesperación". Al final, un coro se une para seguir lanzando consignas irónicas: "Todos lo haremos mejor en el futuro y mi destino es el despilfarro, y el ahorro, jamás, jamás".
El cierre del álbum llega con "Aquí", otra pieza de folk norteamericano, ahora con la voz tratada. De fondo mandolina, acordeón, banjo. Canción sobre las pequeñas cosas que importan, sobre el descanso del guerrero. "Aquí me quedo, aquí con ella, aquí que tampoco es la vida real, aquí que no es un infierno". Broche de oro.
RESUMIENDO
¿Conclusión? Enrique ha gestado un álbum no demasiado amable para estos tiempos de sonrisas impostadas, de miradas hacia los costados para no ver de frente. Es decir, éste no es un disco demasiado comercial, en el que a su autor no le ha importado que ninguna canción baje de los cuatro minutos. Un buen trabajo que pide más de una tocada, en el que la intensidad de la primera parte puede confundir en un primer momento, dando la impresión de que Enrique hubiera abrazado una vez más la religión del rock olvidando sus creencias en otros géneros. Y no es así, la segunda parte lo confirma, lo que pasa es que la mirada hacia la raíz ya no es mediterránea o latinoamericana, ahora explora la botánica norteamericana.
También llama la atención que en un disco de sonido tan natural la producción sea de Phil Manzanera, pero quizás su trabajo haya sido el de poner orden, saber cuándo la aridez debía dejar paso al terciopelo sin dar un traspiés en el intento. Y lo ha conseguido. Lo han conseguido.
Seguramente Bunbury seguirá buscando y girando en próximas entregas, pero ya tiene una voz propia. Una identidad. Un sonido que es como ese necesario faro con el que alumbrar el rumbo para no estamparse contra el muro.
domingo, 28 de septiembre de 2008
martes, 23 de septiembre de 2008
Vergüenza
Están ahí, en tu garganta. Son todas esas gotas que se quedaron en el camino hacia tus ojos. Por alguna u otra razón no suben más. Será quizá que se tronó el motor de la cisterna que impulsa el agua hacia arriba. O que, admítelo, te da vergüenza llorar en público.
Entonces las lágrimas se quedan atravesadas en la garganta. Sientes eso que llaman un nudo. Te quiebran la voz, atoran tu cabeza y te impiden levantarla. Caminas con la mirada al suelo esperando que así, si es que salen, caigan directo al piso y no dejen evidencias en tu rostro.
Son muchas, porque hace mucho que no lloras. Pero recuerdas que el llanto te deja los ojos irritados, las mejillas rojas y un dolor de cabeza peculiar.
La sensación se extiende hacia abajo, pero ahí hay un vacío. No es que no hayas comido. Es que toda la tristeza se arrinconó en las paredes del estómago, aferrada, agarrada con sus uñas para no salir, para no escapar a manera de lágrimas.
Y entonces te duele y cruzas las manos sobre el vientre, como para que nadie se dé cuenta de que algo se mueve dentro de ti.
Tú crees que la gente te ve por tu aspecto lánguido, por caminar despacio, por hablar quedo, por mirar al suelo. Pero por ir así no te das cuenta de que hay varios que deambulan por el mundo apresados por la tristeza, jorobados, agachados y sobreviviendo al dolor.
Entonces las lágrimas se quedan atravesadas en la garganta. Sientes eso que llaman un nudo. Te quiebran la voz, atoran tu cabeza y te impiden levantarla. Caminas con la mirada al suelo esperando que así, si es que salen, caigan directo al piso y no dejen evidencias en tu rostro.
Son muchas, porque hace mucho que no lloras. Pero recuerdas que el llanto te deja los ojos irritados, las mejillas rojas y un dolor de cabeza peculiar.
La sensación se extiende hacia abajo, pero ahí hay un vacío. No es que no hayas comido. Es que toda la tristeza se arrinconó en las paredes del estómago, aferrada, agarrada con sus uñas para no salir, para no escapar a manera de lágrimas.
Y entonces te duele y cruzas las manos sobre el vientre, como para que nadie se dé cuenta de que algo se mueve dentro de ti.
Tú crees que la gente te ve por tu aspecto lánguido, por caminar despacio, por hablar quedo, por mirar al suelo. Pero por ir así no te das cuenta de que hay varios que deambulan por el mundo apresados por la tristeza, jorobados, agachados y sobreviviendo al dolor.
lunes, 22 de septiembre de 2008
Un abrazo partido
Es como estar dividida, partida en dos o cuatro o más...
Por una parte está esta realidad nacional terrorífica, la violencia escalando a pasos agigantados cada día, información confusa, teorías de conspiración de todas las tendencias posibles, miedo, coraje, indignación, tristeza...
El otro lado de la moneda es la cotidianidad. Mi Principito con su oreja cucha y perforada por el teléfono, el trabajo, los cumpleaños, la sonrisa en la que te puedes perder por horas, mamá con su cirrosis, las risas compartidas con los amigos, la cita con la reumatóloga, cervezas, baile, más risas.
Por instantes, por algunas horas; me puedo desprender de esa realidad que pesa tanto y sonreír desde el alma. Es un respiro después de estar sumergida bajo aguas heladas.
martes, 16 de septiembre de 2008
De boca en boca
Me mira decidido. Se acerca. Pronuncia mi nombre y su voz se hace humo en el aire. Las otras mueren de celos, lo sé.
Con la seguridad de quien tiene gustos precisos, me toma de la cintura, me arrima hacia él. Puedo oír las pisadas de su corazón caminar por las venas de su cuello. Sonríe. Casi toco sus labios carnosos.
La mano derecha me abraza con firmeza y me sube al auto. La izquierda me desviste despacio, como si temiera lastimarme.
En un beso amplio, profundo, cubre mi desnudez y absorbe la escarcha que tantos meses de espera han dejado en mi cuerpo. El frío casi lo quema, pero no se retira. Sube por mi pecho, baja.
Al navegarme, su lengua se va llevando mi piel, toda mi agua. Dentro de él, deshago los sabores revueltos de su boca. Ya no soy yo: soy el líquido vivo que lo habita.
No puedo contenerme: me escurro silenciosa entre sus dedos.
De pronto, una voz lo separa abruptamente de mi cuerpo:
– ¿Me dejas probarla?
La mujer que acaba de entrar al auto me arranca de su mano, me mete completa en su boca y se lleva de una mordida mi congelado corazón de fresa.
Con la seguridad de quien tiene gustos precisos, me toma de la cintura, me arrima hacia él. Puedo oír las pisadas de su corazón caminar por las venas de su cuello. Sonríe. Casi toco sus labios carnosos.
La mano derecha me abraza con firmeza y me sube al auto. La izquierda me desviste despacio, como si temiera lastimarme.
En un beso amplio, profundo, cubre mi desnudez y absorbe la escarcha que tantos meses de espera han dejado en mi cuerpo. El frío casi lo quema, pero no se retira. Sube por mi pecho, baja.
Al navegarme, su lengua se va llevando mi piel, toda mi agua. Dentro de él, deshago los sabores revueltos de su boca. Ya no soy yo: soy el líquido vivo que lo habita.
No puedo contenerme: me escurro silenciosa entre sus dedos.
De pronto, una voz lo separa abruptamente de mi cuerpo:
– ¿Me dejas probarla?
La mujer que acaba de entrar al auto me arranca de su mano, me mete completa en su boca y se lleva de una mordida mi congelado corazón de fresa.
lunes, 8 de septiembre de 2008
Eres como un pequeño secreto
Y un día te das cuenta de que nadie te conoce, ni siquiera tu familia, con quienes convives día tras día.
Desconocen tus gustos, tus inquietudes, tus metas. Eres para ellos una completa desconocida, un pequeño secreto, un misterio… y quizás algo que nunca conocerán.
Eres una pequeñísima parte en una inmensidad que en ocasiones te atrapa con sus afiladas garras e intenta engullirte.
Y eres tan insegura, y temes tanto que alguien se ría de ti, que prefieres adornar tus puertas con un candado dorado y evitar que cualquiera que lo intente, pueda entrar. Por si acaso algún día les pica la curiosidad, y pasan, y ven que quizás no eres lo que esperaban. Desilusión.
------------------------------------------------------------------------------
Recuerdos, fotos, palabras y creo que nunca nos conocimos bien. Luego me pregunto: ¿Me aprenderás alguna vez? A lo mejor. Dicen que uno conoce a las personas la primera vez y luego sólo sigue tomando impresiones para ajustarlas al momento y a nuestro historial de conductas. Si se pudiera que algún día te dejaras saberme mejor. Tiempo y espacio, espacio y tiempo, pudiera ser...
Desconocen tus gustos, tus inquietudes, tus metas. Eres para ellos una completa desconocida, un pequeño secreto, un misterio… y quizás algo que nunca conocerán.
Eres una pequeñísima parte en una inmensidad que en ocasiones te atrapa con sus afiladas garras e intenta engullirte.
Y eres tan insegura, y temes tanto que alguien se ría de ti, que prefieres adornar tus puertas con un candado dorado y evitar que cualquiera que lo intente, pueda entrar. Por si acaso algún día les pica la curiosidad, y pasan, y ven que quizás no eres lo que esperaban. Desilusión.
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Recuerdos, fotos, palabras y creo que nunca nos conocimos bien. Luego me pregunto: ¿Me aprenderás alguna vez? A lo mejor. Dicen que uno conoce a las personas la primera vez y luego sólo sigue tomando impresiones para ajustarlas al momento y a nuestro historial de conductas. Si se pudiera que algún día te dejaras saberme mejor. Tiempo y espacio, espacio y tiempo, pudiera ser...
viernes, 5 de septiembre de 2008
Voz del cuerpo
La boca de mi sexo busca en el aire algún aliento. Intento distraerla pensando en la canción que acompaña las alcohólicas sonrisas que amueblan el bar, pero el ritmo de la música acelera su pulso. Palpita. Me obliga a mirar de mesa en mesa, de cuerpo en cuerpo.
Un hombre me sonríe al otro lado de la barra. Levanta la copa. Un suave tambor golpea mi carne por dentro y la enrojece. Él comprende, se pone de pie y avanza hacia mí. Mis ojos fijos en las faldas y pantalones abultados que una rumba zarandea pretenden ignorarlo. Pero el hombre no se detiene; parece adivinar la contienda que me aturde. Se acerca. Algo me dice. Puedo oler el tequila que navega por su sangre.
Como una llama sobre licor derramado, mi sexo corre por toda la piel y la enardece. Yo intento ocultarlo pero mis álgidos gestos no son suficientes: sin mucho esfuerzo, él toma mi mano y me conduce al rectángulo de duela donde decenas de pies se arrebatan el espacio. Los acordes del piano nos sueltan los pasos. La clave cubana mueve mis piernas sincopadas, las suyas me siguen con un ritmo perfecto. Mis hombros se relajan.
Él se aproxima. Su mano, con una firme caricia circular, sostiene mi espalda que se empeña inútilmente en alejarme de su pecho. La pena y la razón me abandonan en un golpe de pailas.
Una cumbia ondula nuestras cinturas y las empalma. Mi sexo siente en el suyo el latido del bajo, babea, me ensordece. Un bolero nos cambia el ritmo: mi cuerpo parece mudarse a su cuerpo en la lentitud de un giro.
El hombre me mira y sonríe. Le pregunto su nombre. Él acerca sus labios, me deja un hilo de letras en la boca, el sabor de su voz, y se retira. Lo veo salir del bar solo, sin prisa.
Una lágrima ácida me escurre entre las piernas.
Un hombre me sonríe al otro lado de la barra. Levanta la copa. Un suave tambor golpea mi carne por dentro y la enrojece. Él comprende, se pone de pie y avanza hacia mí. Mis ojos fijos en las faldas y pantalones abultados que una rumba zarandea pretenden ignorarlo. Pero el hombre no se detiene; parece adivinar la contienda que me aturde. Se acerca. Algo me dice. Puedo oler el tequila que navega por su sangre.
Como una llama sobre licor derramado, mi sexo corre por toda la piel y la enardece. Yo intento ocultarlo pero mis álgidos gestos no son suficientes: sin mucho esfuerzo, él toma mi mano y me conduce al rectángulo de duela donde decenas de pies se arrebatan el espacio. Los acordes del piano nos sueltan los pasos. La clave cubana mueve mis piernas sincopadas, las suyas me siguen con un ritmo perfecto. Mis hombros se relajan.
Él se aproxima. Su mano, con una firme caricia circular, sostiene mi espalda que se empeña inútilmente en alejarme de su pecho. La pena y la razón me abandonan en un golpe de pailas.
Una cumbia ondula nuestras cinturas y las empalma. Mi sexo siente en el suyo el latido del bajo, babea, me ensordece. Un bolero nos cambia el ritmo: mi cuerpo parece mudarse a su cuerpo en la lentitud de un giro.
El hombre me mira y sonríe. Le pregunto su nombre. Él acerca sus labios, me deja un hilo de letras en la boca, el sabor de su voz, y se retira. Lo veo salir del bar solo, sin prisa.
Una lágrima ácida me escurre entre las piernas.
jueves, 4 de septiembre de 2008
Hoy por ti… mañana por mí
Me siento mal. He llegado a pensar que la mayoría de la gente es una egoísta o yo soy estúpidamente desinteresada.
Esta semana necesitaba ayuda y pensé que sería algo muy sencillo de resolver (y lo fue, pero el apoyo vino de alguien que no esperaba).
Ahora tengo una nueva clasificación de la especie humana con base en la necesidad.
Los que siempre necesitan algo.
Este espécimen no se muerde la lengua y sin rodeos te pide el teléfono de tal o cual persona que necesitan contactar (es despreciable que sólo te hablen cuando necesitan algo, pero tienen mi respeto por la franqueza).
Los que te quieren mucho y te hablarían más seguido, pero sólo lo hacen cuando algo les urge.
Este prototipo de persona es aquel que te adula, te dice lo importante que resultas en su vida (nunca te envía ni un mail en tu cumpleaños, pero eres súper importante para ellos) que esta vez eres la única persona a la que pueden recurrir. Los ayudas y vuelven a desaparecer por meses y hasta años.
Los que cuando los necesitas, tienen intención de ayudarte pero jamás coinciden, sin embargo ellos siempre te encuentran a ti.
Te salen con las siguientes frases:
*Neta… ¿Tienes el mismo teléfono?
*Pero si te mandé un mail. ¿No lo recibiste?
*Perdí mi celular y no tengo a la mano el contacto que me pides (ojo, perdieron el celular y te llaman a los pocos días de haber extraviado la agenda. ¿No perdieron tu número también?).
No todo es malo, también sobreviven las buenas personas.
Los que no te han pedido ningún favor y salen en tu ayuda cuando menos te lo esperas.
-Escuché que necesitabas esto…
Me cae que te cambian el día.
Con los que siempre cuentas y a veces ya no quieres molestar.
No tengo que describirlos, gracias a ellos aún mantengo la esperanza de que la raza humana no sólo se mueve por intereses perversos, dinero o contactos.
A mí me gusta ayudar (cuando está a mi alcance, trato de no fallarle a quien me necesita). Pero he abierto lo ojos esta última semana que necesité algo, si quieren llamémosle una insignificancia. Ya cuando pensé que no lo conseguiría, la ayuda vino de alguien a quien le agradezco su apoyo y espero hacerlo recíproco pronto.
Esta semana necesitaba ayuda y pensé que sería algo muy sencillo de resolver (y lo fue, pero el apoyo vino de alguien que no esperaba).
Ahora tengo una nueva clasificación de la especie humana con base en la necesidad.
Los que siempre necesitan algo.
Este espécimen no se muerde la lengua y sin rodeos te pide el teléfono de tal o cual persona que necesitan contactar (es despreciable que sólo te hablen cuando necesitan algo, pero tienen mi respeto por la franqueza).
Los que te quieren mucho y te hablarían más seguido, pero sólo lo hacen cuando algo les urge.
Este prototipo de persona es aquel que te adula, te dice lo importante que resultas en su vida (nunca te envía ni un mail en tu cumpleaños, pero eres súper importante para ellos) que esta vez eres la única persona a la que pueden recurrir. Los ayudas y vuelven a desaparecer por meses y hasta años.
Los que cuando los necesitas, tienen intención de ayudarte pero jamás coinciden, sin embargo ellos siempre te encuentran a ti.
Te salen con las siguientes frases:
*Neta… ¿Tienes el mismo teléfono?
*Pero si te mandé un mail. ¿No lo recibiste?
*Perdí mi celular y no tengo a la mano el contacto que me pides (ojo, perdieron el celular y te llaman a los pocos días de haber extraviado la agenda. ¿No perdieron tu número también?).
No todo es malo, también sobreviven las buenas personas.
Los que no te han pedido ningún favor y salen en tu ayuda cuando menos te lo esperas.
-Escuché que necesitabas esto…
Me cae que te cambian el día.
Con los que siempre cuentas y a veces ya no quieres molestar.
No tengo que describirlos, gracias a ellos aún mantengo la esperanza de que la raza humana no sólo se mueve por intereses perversos, dinero o contactos.
A mí me gusta ayudar (cuando está a mi alcance, trato de no fallarle a quien me necesita). Pero he abierto lo ojos esta última semana que necesité algo, si quieren llamémosle una insignificancia. Ya cuando pensé que no lo conseguiría, la ayuda vino de alguien a quien le agradezco su apoyo y espero hacerlo recíproco pronto.
miércoles, 3 de septiembre de 2008
Pueblo cuetero
Uno de los muchos momentos gratos que nos depara la lectura de Noticias del Imperio de Fernando del Paso, es aquél en el que nos cuenta cómo Carlota, recién llegada a México, contempla a sus nuevos súbditos en el repetitivo acto de arrojar cuetes (los cohetes con h o con o son de diseño alemán y no los expenden en México).
Les aseguro, amados compatriotas, que el júbilo independentista puede prescindir de los cuetes. Por favor, no los lleven a la ceremonia cívica. No beban a lo bruto. Comportémonos como gente decente y no como lo que somos y, por favor, tengamos la fiesta en paz.
En honor de la nueva emperatriz (o gobernante, o santo patrono, o mito ancestral, o planta nuclear, o reina de belleza, o júbilo indefinido, o certamen ciclístico) los mexicanos arrojan cuetes.
A veces, cuando la ocasión lo amerita, se trata de cuetes barrocos que describen en el cielo complejas evoluciones para luego estallar en luces multicolores que trazan diseños como de jícara michoacana. En otras ocasiones –la mayoría– nada más suben al cielo con ronco silbido y luego truenan. Nada más.
Yo, como Carlota, he visto desde mi perpleja infancia esta mexicanísima ceremonia: un cuetero y cuarenta compatriotas que lo rodean y que ahí se están hora tras hora levantando la cabeza rítmicamente y oyendo los tronidos. A veces se distraen para comprarse un raspado, un elote desgranado o un pepino enchilado. Los perros van y vienen, los niños se extravían, a veces para siempre, y sus padres siguen ahí, comiendo pepino y oyendo tronar los cuetes.
Ni modo: somos un pueblo cuetero.
Eso no admite dudas. A la pobre emperatriz, que no podía entender por qué durante más de setenta y dos horas sus súbditos no pararon de tronar cuetes, hoy no podríamos darle una mejor explicación: somos un pueblo cuetero.
Lo somos de raíz. La vocación cuetera no distingue ni edades ni niveles sociales. Personas como yo (y como Carlota) que abominan de escupidores y que no le ven chiste al ritual del tronido, son considerados como extranjeros indeseables y terminan locos en algún castillo, o ejecutados en Yucatán, o trabajando para cierto grupo "multimedia" nacional. Tres designios aciagos. Lo sé por experiencia.
Lo somos de raíz. La vocación cuetera no distingue ni edades ni niveles sociales. Personas como yo (y como Carlota) que abominan de escupidores y que no le ven chiste al ritual del tronido, son considerados como extranjeros indeseables y terminan locos en algún castillo, o ejecutados en Yucatán, o trabajando para cierto grupo "multimedia" nacional. Tres designios aciagos. Lo sé por experiencia.
Desde muy pequeña fui radicalmente segregada del resto de mis primos, precisamente por mi falta de pasión cuetera. Nunca pude, por ejemplo, compartir el absoluto regocijo que le producía a mi primo Oscarín colocar cinco palomotas en serie en el baño de mi prima Nadia. Todavía hoy, cuando mi amigo Mauricio, tan querido por otras razones y tan respetable en apariencia, se acerca con rostro de “ahora sí comienza la diversión” y me muestra la enorme caja de cuetes que acaba de comprar, yo me siento extranjera en mi propia tierra y prefiero irme a dormir (cosa que no lograré con los cuetes).
Sin embargo, estoy consciente de que yo soy la del caso anómalo. Mi primo Óscar y Mauricio son hondamente mexicanos.
A mis ¿? años no logro entender por qué nuestras etnias gozan tanto al oír tronidos. Si pasara algo más… pero nomás truenan y de un hecho tan primario brota una felicidad mayor que la que sentiremos cuando terminemos de pagar la deuda externa.
Sin embargo, estoy consciente de que yo soy la del caso anómalo. Mi primo Óscar y Mauricio son hondamente mexicanos.
A mis ¿? años no logro entender por qué nuestras etnias gozan tanto al oír tronidos. Si pasara algo más… pero nomás truenan y de un hecho tan primario brota una felicidad mayor que la que sentiremos cuando terminemos de pagar la deuda externa.
Les aseguro, amados compatriotas, que el júbilo independentista puede prescindir de los cuetes. Por favor, no los lleven a la ceremonia cívica. No beban a lo bruto. Comportémonos como gente decente y no como lo que somos y, por favor, tengamos la fiesta en paz.
Muchos años llevo recomendando que gritemos en voz baja y que en lugar de pegar el aguardentoso alarido ¡Viva México!, hagamos algo todos los días para que México viva.
lunes, 1 de septiembre de 2008
Ocho cosas que hacen que la vida sea chida
Es decir, ocho cosas que hacen que la vida valga la pena.
No van jerarquizadas, sino al hilo…
1. La música. Bendita música, maravillosa música, pinche música. Desde Erick Clapton con su “Tears in heaven” que me deprime al escucharla más de 2 veces seguidas en una tarde o Gardel, el mudo, que me enseñó que los hombres también lloran (se escucha dramatiquísimo, pero así fue); hasta Celso Piña que me mueve la patita con su cumbias, Depeche Mode, que me hacen vibrar cada milímetro de piel o los tremendos Pink Floyd que me hacen desear ser siniestra… sin pasar jamás, pero jamás de largo por HÉROES DEL SILENCIO y BUNBURY.
Escuchar música, bailarla, compartirla con amigos, cantarla entre risas o despecho, entre lágrimas o burlas, ha sido una escuela fundamental para mí. Y eso sí, en términos musicales soy bastante ecléctica: del rock al reagge sin vergüenza.
2. El olor a tierra mojada. Ja, si la lluvia me agarra en un mal día, me puede deprimir bastante, pero el olor a tierra mojada siempre siempre me hace sonreír. Ese respirar profundo y llenarse los pulmones con el fresco olor a tierra mojada es algo indescriptible (lo pienso y me pongo chinita, neta). Alguna vez lo comentábamos Joel y yo: habrían de vender enfrascado ese olor para los días en los que el espíritu anda de alas caídas.
3. La risa. Caray, es que hasta cuando estoy tristísima, en pleno drama de llanto terrible y dramático; si por alguna razón me miro al espejo y veo la nariz poco discreta y rojísima, los ojos hinchados a la sapo... no me queda más que reírme de mí misma. Me he reído hasta las lágrimas, hasta el dolor de estómago, hasta el acceso de tos. Me he reído en bodas, funerales, ceremonias de lo más serias, conciertos, me he reído hasta en sueños. Si me olvidara de cómo reír seguro moriría a los pocos minutos.
4. La noche. Siempre me ha parecido mágica, a veces creo que de noche cualquier cosa es posible. Además creo que funciono mejor de noche, me siento más yo, la creatividad fluye más suave. Los sueños llegan de noche (al menos los que valen la pena). En la noche salen las hadas a bailar con los vampiros, en la noche todos somos amigos. Gracias a la noche podemos disfrutar de la Luna, podemos ser quienes somos o quienes queremos ser.
5. El Principito. Cada una de sus palabras, sus bromas (buenas, malas o pesadas), su forma de hacerme enojar y reír al mismo tiempo. Las largas conversaciones donde desmenuzamos al mundo y nuestras almas, los sueños en los que llega y se queda, los días en los que él preferiría estar solo (pero tener una campanita) y hasta sus taras homosexuales, las conversaciones breves pero con hartos besos mandados. Su respeto por el lenguaje, por las palabras; su paciencia para enseñarme y su sabiduría para continuar aprendiendo.
6. Las palabras. ¿Qué haría yo sin ellas? Volverme loca, seguro. En las palabras he encontrado el mayor tesoro, la válvula de escape, el paracaídas, las alas… asombro, goma, espeluznante, lluvia, desnuda, odio, pasión, esperanza, maíz, perogrullada.
7. El amor. Aunque a veces duela, aunque a veces canse. Siempre teniendo presente que el amor propio va primero y que sin él no hay más que hacer. El amor sublime, poético, inspirador, sensual, deseable, adictivo, soñador.
8. Los amigos. Cada amigo que ha llegado a mi vida (se hayan quedado o no), los que son ya parte de mi familia y los de mi familia que son mis amigos también. Los de la infancia: Gaby, José Luis, Violeta. Los de siempre (estos que se quedan porque sí, sí jajajaja): Nora, Grace, Maga, Luis, Soto, Rubén. Los cometas: Ale, Xavier, Benjas. Los reencontrados: Joel, Israel, Mr. Pato, La Morsa, Picasso. Los más recientes (jajajaja eso suena raro): Conrado, Pepe, DaniG., Irma, La Niña Pato. Porque cada uno ha puesto una pieza en la construcción de deconstrucción de lo que soy siendo-sido.
No van jerarquizadas, sino al hilo…
1. La música. Bendita música, maravillosa música, pinche música. Desde Erick Clapton con su “Tears in heaven” que me deprime al escucharla más de 2 veces seguidas en una tarde o Gardel, el mudo, que me enseñó que los hombres también lloran (se escucha dramatiquísimo, pero así fue); hasta Celso Piña que me mueve la patita con su cumbias, Depeche Mode, que me hacen vibrar cada milímetro de piel o los tremendos Pink Floyd que me hacen desear ser siniestra… sin pasar jamás, pero jamás de largo por HÉROES DEL SILENCIO y BUNBURY.
Escuchar música, bailarla, compartirla con amigos, cantarla entre risas o despecho, entre lágrimas o burlas, ha sido una escuela fundamental para mí. Y eso sí, en términos musicales soy bastante ecléctica: del rock al reagge sin vergüenza.
2. El olor a tierra mojada. Ja, si la lluvia me agarra en un mal día, me puede deprimir bastante, pero el olor a tierra mojada siempre siempre me hace sonreír. Ese respirar profundo y llenarse los pulmones con el fresco olor a tierra mojada es algo indescriptible (lo pienso y me pongo chinita, neta). Alguna vez lo comentábamos Joel y yo: habrían de vender enfrascado ese olor para los días en los que el espíritu anda de alas caídas.
3. La risa. Caray, es que hasta cuando estoy tristísima, en pleno drama de llanto terrible y dramático; si por alguna razón me miro al espejo y veo la nariz poco discreta y rojísima, los ojos hinchados a la sapo... no me queda más que reírme de mí misma. Me he reído hasta las lágrimas, hasta el dolor de estómago, hasta el acceso de tos. Me he reído en bodas, funerales, ceremonias de lo más serias, conciertos, me he reído hasta en sueños. Si me olvidara de cómo reír seguro moriría a los pocos minutos.
4. La noche. Siempre me ha parecido mágica, a veces creo que de noche cualquier cosa es posible. Además creo que funciono mejor de noche, me siento más yo, la creatividad fluye más suave. Los sueños llegan de noche (al menos los que valen la pena). En la noche salen las hadas a bailar con los vampiros, en la noche todos somos amigos. Gracias a la noche podemos disfrutar de la Luna, podemos ser quienes somos o quienes queremos ser.
5. El Principito. Cada una de sus palabras, sus bromas (buenas, malas o pesadas), su forma de hacerme enojar y reír al mismo tiempo. Las largas conversaciones donde desmenuzamos al mundo y nuestras almas, los sueños en los que llega y se queda, los días en los que él preferiría estar solo (pero tener una campanita) y hasta sus taras homosexuales, las conversaciones breves pero con hartos besos mandados. Su respeto por el lenguaje, por las palabras; su paciencia para enseñarme y su sabiduría para continuar aprendiendo.
6. Las palabras. ¿Qué haría yo sin ellas? Volverme loca, seguro. En las palabras he encontrado el mayor tesoro, la válvula de escape, el paracaídas, las alas… asombro, goma, espeluznante, lluvia, desnuda, odio, pasión, esperanza, maíz, perogrullada.
7. El amor. Aunque a veces duela, aunque a veces canse. Siempre teniendo presente que el amor propio va primero y que sin él no hay más que hacer. El amor sublime, poético, inspirador, sensual, deseable, adictivo, soñador.
8. Los amigos. Cada amigo que ha llegado a mi vida (se hayan quedado o no), los que son ya parte de mi familia y los de mi familia que son mis amigos también. Los de la infancia: Gaby, José Luis, Violeta. Los de siempre (estos que se quedan porque sí, sí jajajaja): Nora, Grace, Maga, Luis, Soto, Rubén. Los cometas: Ale, Xavier, Benjas. Los reencontrados: Joel, Israel, Mr. Pato, La Morsa, Picasso. Los más recientes (jajajaja eso suena raro): Conrado, Pepe, DaniG., Irma, La Niña Pato. Porque cada uno ha puesto una pieza en la construcción de deconstrucción de lo que soy siendo-sido.
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