viernes, 4 de enero de 2008

La directora de cortos

Estoy rodando mi primer cortometraje en súper 8. Ejerzo de directora, guionista, fotógrafa, iluminadora y camarógrafa. No hay mucho presupuesto, pero dirijo con maestría. El filme se convertirá en mi famoso sketch orondo.

Plano largo. Un todoterreno se acerca desde el horizonte, a ritmo de cumbia, hasta uno de los áridos montes de las cercanías del río Santa Catarina. Del coche sale una familia de lesbianas con una cesta de mimbre para la comida. La zona donde han aparcado es prácticamente desierta, sin apenas vegetación, a excepción de unos curiosos árboles paralelos al suelo. Las mujeres se dispersan buscando uno que reúna las condiciones idóneas para extender el mantel. El más cercano al plano de la cámara se une por su tronco a otro contiguo, de forma ideal para improvisar una mesa. Al acercarse con el fin de instalar definitivamente sus bártulos, una poderosa voz en off, como si fuera la de un dios narrador, advierte que la utilización de ese tipo específico de árboles acarreará un castigo infinitamente mayor al que recibimos la humanidad entera por el capricho de Eva, al comer aquella tentadora manzana en el Paraíso. Tampoco hay que ponerse así, parecen pensar las hambrientas viajeras por la expresión de sus rostros. En seguida se disponen a buscar otro, y otro, y un poco más al fondo lo encuentran, bastante más incómodo, pero sin peligro alguno para las futuras generaciones.
La que parece asumir el papel de madre del resto dispone el mantel, a cuadritos rojos y blancos, faltaría más. Al rato, una de las jóvenes, en traje de baño y en todo su esplendor, se tumba encima del prohibidísimo árbol de raíz doble, a tomar el sol. En la pantalla del cine aparece la palabra fin. Aplausos.


Concierto de U2. Me llaman por megafonía para que me una a la banda. Van a hacer un medley de tres textos en los que, al final, aparece Eric Clapton para interpretar un solo muy bluesy. Terminamos las tres canciones. Ovación. Esperamos en el escenario porque sabemos que nos van a pedir más. Miro a mis compañeros, pero son Danza Invisible.

Al rato me voy, no por la sorpresa que me produce el cambio de grupo, sino porque interpretan La vaca lechera, y uno tiene sus principios. En el camerino hay muchísima gente. Bono corre desnudo. Compañías de discos ansiosas por firmarlos, prensa ávida de la exclusiva mundial y televisiones filmándolo todo. El área de backstage es estrecha pero larga, como una autopista. Alguien me exhorta a recorrerlo hasta el final. Asegura que hay sorpresas por el camino. Avanzo atenta a todos los detalles, las caras de los invitados, las pintas en las paredes, los carteles de conciertos anteriores... a partir de un momento dado, sólo encuentro bolsas de papas fritas medio vacías y vasos de plástico.

Ya no sé dónde carajos estoy.

¿Y qué demonios hace una afamada directora de cortometrajes de vanguardia con toda esa chusma farandulera?