Una de las que me habitan llora desconsoladamente.
Pero sólo es una, la que está justo a su lado la mira aburrida y la que tiene enfrente simplemente la ignora porque le da vergüenza.
Ella llora y moquea, poco a poco enrojecen sus ojos y la nariz va hinchándose ligeramente. A las demás les molesta porque todas tienen la misma cara y a ninguna le gusta andar por la vida como plañidera desmaquillada.
La más paciente se acerca a secar las lágrimas que caen una tras otra, incontables.
Una contradicción andante, como una medusa de fuego con alas que puede hablar en cien voces distintas pero canta en una sola.
Y pensar que esto es cada mes.
Maldita endometriosis, malditas hormonas... y entre tanto dolor, me siento más mujer... qué cosas, ¿no?