domingo, 30 de diciembre de 2007

Bebo, bebo y ahora brindo

Gabriel Zaid puso en evidencia los meritos poéticos del Brindis del bohemio en alguna memorable nota. Un tío mío, por su parte, se encargó de mostrarme los océanos de melcocha, las cataratas de cursilería y las estalactitas de sensiblería que podían manifestarse durante la recitación de tan popular pieza poética.
Era, para mí, uno de los momentos más intensos y agridulces de la celebración del Año Nuevo. Durante un buen rato los convidados estábamos más o menos en paz. Los peques bebíamos copas de Delaware Punch mientras observábamos las fotografías familiares que decoraban la sala. Ahí estaba la abuela de mi madre que, según el consenso general, era una santa. Yo veía la foto tratando de discernir los rasgos de la santidad y lo único que veía era una señora igualita a nuestra Elba Esther Gordillo.
Ahí estaban también los dueños de la casa el día de su boda en una foto retocada para que se vieran rodeados de una especie de luz mística. Las cabezas de ambos reposaban una en la otra y él, sobre todo, tenía un aire de resignada melancolía, como si ya previera el infierno que le esperaba por haberse casado con una buena mujer.
Ver esa foto y aquilatar las bondades de la soltería era todo uno. Estaban todos quietecitos. Casi tan quietecitos como nosotros. Era una reunión aburridísima. Mis tíos acusaban los demoledores efectos del bacalao, el vino blanco y los jaiboles, y ahí se estaban en la sala como leones disecados. Mis tías tampoco daban señales de vida. Su insólita quietud obedecía, en parte, a que estaban deshidratadas después de haber llorado el 24 y 25 con vehemencia como marranito huérfano y, en parte, a que todas estaban sentidas unas con otras a causa de los espantosos regalos que habían intercambiado. Resumiendo: la situación era tensa. Pasaba Leonor, la mucama, con una charolita que contenía una botana que era la especialidad de la casa: nueces fritas con una tira de tocino alrededor. Esas nueces eran inenarrables. Si se las comía uno calientes se calcinaba uno la boca y las indelebles laceraciones alcanzaban tráquea y esófago. Si aleccionado por alguna experiencia anterior las dejaba uno enfriarse, entonces las malditas nueces sabían como a cebo de iguana y resultaban incomibles.
A mí me gustaba que las repartieran porque disfrutaba viendo a mis tíos con los ojos desorbitados, escupiendo la nuez en la mano y guardándosela en algún bolsillo, mientras maldecían entre dientes a la anfitriona. Fue un caso de notable persistencia. Más de 7 años pasamos ahí el Año Nuevo y nunca faltaron las nuecesitas con tocino y nunca hubo quien le dijera a mi tía que sus nueces eran una absoluta porquería. Es que también ella era una santa.
Daban las doce. Nos comíamos las doce uvas. Nos abrazábamos con cierto desgano. Una tía política me abrazaba y, año con año me decía: “No necesito decirte nada, tú sabes lo que siento por ti”. La verdad, yo me quedaba perplejísima. Hasta la fecha, no sé que sentía mi parienta por mí, pero sospecho que era entre desprecio y repugnancia, porque el resto del año me evitaba minuciosamente.
Venía luego la cena, que era una hábil recomposición de las sobras navideñas y, a los postres, el número fuerte: mi tío Cuate recitando el Brindis del bohemio. Impresionante. Yo miraba alelada la metamorfosis de un modesto y chaparrito empleado bancario en una especie de energúmeno vociferante.
Era un proceso gradual. Lo de “En torno de una mesa de cantina” lo decía con voz suave y casual, como si no pasara nada. Poco a poco iba metiendo presión. Cuando llegaba el “por mi madre, bohemios”, ya se había quitado el saco, el pelo lo tenía totalmente erizado, la corbata ladeada, los lentes empañados y pegaba unos gritos terribles.
Leonor se asomaba desde la cocina pensando que el pavo se había incendiado, y los comensales mirábamos todos para otro lado víctimas de un ataque colectivo de pena ajena. Era como hidrofobia. Cuando terminaba, todos aplaudíamos aliviados. Su esposa le pasaba un kleenex para que se secara las lágrimas y comentaba: “El Cuate siempre ha sido muy sensible”.
Quede este daguerrotipo de mis años nuevos ya idos como regalo y brindis por un 2008 grato y llevadero. Por ustedes, bohemios, bebo y brindo.