Dime, ¿has visto a alguien dormir con los ojos abiertos? La mirada se pierde y el frío de la noche parece no hacerte daño, como si tuvieras el alma incendiada y la piel fuese una cáscara tersa a prueba de fuego. Todo arde, todo brilla, excepto tus ojos, la pitonisa acabó de eliminar el centelleo con un soplo, como si tu alegría hubiese sido tan sólo una vela sobre el pastel del recuerdo.
Aquella noche la plaza estaba desierta de clientes, y el cielo repleto de estrellas. Faltaba una media hora para empezar el montaje para el espectáculo, la gente se alimentaba frugalmente sobre la fría precisión de las mesas de acero desnudo y la camaradería podía sentirse en el aire. Y la silueta de la nueva caperuza monopolizaba la atención de los operarios, como si se tratase de un fogón enorme en medio de una selva oscura poblada de árboles tristes.
La luna extendía tiernamente el manto de su luz sobre el suelo áspero y por el centro de la plataforma apareció la silueta oscura de un hombre que parecía surgir de la penumbra, el ingeniero de almas; sus alas se habían marchitado hace años, era sumamente arisco, aun con sus más cercanos colaboradores.
El menos temeroso se acercó a su oscura presencia y le solicitó que los acompañara en la cena; mas no recibió ni siquiera una mirada. El ingeniero de almas volteó y siguió su camino ascendente hasta llegar a la claridad del balcón, donde su figura se erigía en aislamiento, con la misma lejana e imponente frialdad de los témpanos de hielo en el ártico.
La caperuza asustada por aquel extraño individuo preguntó el porqué de su actitud. Entonces el fauno, quien hace unos instantes le ofreció la cena, dijo que nadie sabía exactamente lo ocurrido, mas se rumora que alguna vez aquel lejano personaje había estado perdidamente enamorado de la estrella de la tarde; una pitonisa de suerte cambiante.
¿Alguna vez has visto el brillo en los ojos de los niños cuando observan el juguete de sus sueños? Es como si tomaras todas las ganas que tuvieses en el alma y las mezclaras con la ingenuidad del deseo sublime, con tal combinación es instantánea la reacción que produce ese fulgor en la mirada, y los adultos la añoran tanto…
Cuentan que la primera vez que la vio, sus ojos adquirieron súbitamente aquel fulgor inusitado, como por arte de magia. Ella yacía ensimismada, como alucinando sobre el rostro de aquel hombre que era un completo extraño en su vida.
Entonces la estrella de la tarde, sin siquiera abrir su boca, le dijo palabras que lo dejaron en trance y una vez que acabó de decirlas, se encargó de esconderlas para mantener intacto el brillo encantador de sus ojos. El tiempo pasó y la estrella de la tarde fue su alma gemela durante mucho tiempo, hasta que por un azar del destino sus caminos se separaron, ella tuvo una nueva oferta de trabajo que le resultaba irresistible. El día en que él la abrazó finalmente en despedida, ella arrancó al separarse un pedazo de su alma y sus ojos se oscurecieron al recordar la primera frase que le había profesado:
“Tu vas a trabajar en este sitio, hasta después de que yo me haya ido”.
Las palabras vinieron a su presencia con la intensidad de un deja vu, y cuando se recuperó del trance, ya la mujer se había largado sin dejar rastro alguno ni forma de localizarla. A los ojos de los demás le fue fácil olvidarse de ella, pero sus ojos habían perdido brillo y se volvió más huraño que de costumbre. Pasaba el tiempo tratando de recordar el resto del vaticinio original, del que sólo tenía ahora la parte inicial. Las personas se dibujaban como fantasmas a su alrededor, y siguió su lucha por convertirlas en variables del complejo sistema que a su mente se le encomendó diseñar, quería ser un Ingeniero de Almas.
¿Has tratado alguna vez de ensimismarte tanto en tus pensamientos que tan sólo dejas de sentir? La soledad extrema puede causar ese efecto en las personas. Y para llegar a diseñar el sistema perfecto, el ingeniero de almas se deshizo de la compañera que durante cuatro años y medio endulzó sus días con las tibias caricias del amor. Cuando el último de los afectos que aún se resistían a morir marchitos en su corazón hubo expirado, apareció ante él la perfecta máquina de almas, y junto con esta visión también la segunda parte del vaticinio.
“Luego inventarás una forma de que todo encaje aquí, y yo me iré para siempre”.
Lo que quedó en sus ojos era el vago resplandor de la humanidad que todavía lo habitaba. En su lucha contra los sentimientos, había ganado cruentas batallas y se había vuelto inmutable, nada parecía conmoverle, el llanto de su madre podía recorrer por su piel sin hacer el menor efecto. Se había separado de su más cercano amigo en la plaza y se alejaba como una barca desolada en la marea del abandono.
Bueno, eso es todo lo que se sabe de este ingeniero de almas, las dos frases que te conté, caperuza, me las dijo él mismo en alguna ocasión que se pasó de tragos, pero no acepta haberse enamorado, y el brillo de sus ojos todavía existía, hasta hace unos instantes. Cuando me clavó sus ojos antes de subir por la escalera, su mirada estaba completamente vacía, era como una sombra, como cuando te apagan la luz de una habitación súbitamente y no alcanzas a ver nada, esa oscuridad tenían sus ojos.
La caperuza, entonces regresó a ver a la figura del ingeniero de almas, inmóvil sobre el balcón, vigilando a todos los que yacían mansos bajo su manto de temerosa tranquilidad, cuando capturó en sus ojos una mirada, la caperuza leyó la última frase del vaticinio, y recordó tristemente que esta ciudad por la tarde había sido arrasada por una erupción volcánica.
“Cuando el fuego llegue del volcán que guarda la ciudad de las cascadas, te quedarás solo, para siempre”.