A mí que nunca me gustaron las tardes de toros, a pesar de todas las cornadas que llevo; que no creo en Dios, aunque duerma en mi cama; que llevo luto por mi propia muerte.
A mí que nadie me supera en edad, aunque nunca pasé de los veinte; que jamás me asustó un humano deshumanizado, por mucho que lo intentara y que disfruté cortando cabezas vacías.
A mí que todos me parecen putas y maricones, aunque me gusten; que la esclavitud me liberó de ser como todos; que he mentido mil veces mientras escupía un te quiero.
A mí, a veces, se me escapa una lágrima cuando te recuerdo.