martes, 3 de junio de 2008

Crónica de un adiós sin anunciar



Se despertó una mañana, como todas las mañanas ya había anochecido. Un café desanimado con leche desilusionada sirvió para comenzar su solsticio de invierno.

Afuera hacía frío, decidió no salir de casa, ni ducharse ni devolver las llamadas. Decidió, por una vez, pensar en ella y solamente ella. Entonces todo dio un repentino giro. Abrió las ventanas, llamó a todos sus amigos, buscó su mejor vestido, su mejor lencería, se depiló, se duchó, se maquilló y peinó.

Todo estaba listo para comenzar de nuevo, para encontrar la felicidad, la tranquilidad.

Horas después los vecinos golpeaban la puerta alarmados por el olor a gas. Los bomberos la encontraron tendida en la cama, con los ojos cerrados y con la plácida sonrisa de aquel que ya no sufre.

Junto a su cuerpo una nota manuscrita que decía: perdón por no despedirme.