Mire usted, comprenderá que no es personal, sólo que yo, a veces, cuando me despierto a medianoche, siento miedo y tiemblo, y usted me dice que ese monstruo no existe, y yo le creo, pero el miedo sí que es verdad, se lo juro, señor mío. Es verdad, y si usted no lo ve, entonces cómo uno puede hablar con libertad sin sentir la hoz del juicio y la soledad.
Dígame usted cómo hacerle, y es que yo lo envidio, queridísimo terapeuta mío, no tiene una idea cuánto, porque usted es cuerdo y todopoderoso. Usted me dice qué hacer, usted descansa por las noches, pero es que yo, aquí, soy la débil, yo me siento sin armas en su sillón y le entrego sin reservas la parte más frágil en mi interior.
Querido señor de acero, yo no soy como usted, discúlpeme por eso, a mí me carcomen las ansias y los dictámenes me dan náuseas, para mí no es tan sencillo, sabrá, mirar al otro con desdén, diagnosticarle tres pastillitas de prozac y asunto resuelto; no, para mí no es tan fácil, porque yo lo miro a los ojos, a diferencia de usted, porque yo creo en su monstruo, porque no estoy salvada, ni reservo del mundo sólo un rincón tranquilo, ni dejo caer los párpados pesados como juicios, ni me duermo sin sueño, ni me pienso sin sangre, ni me juzgo sin tiempo; Benedetti veía el problema, ¿lo ve usted?
Ya me disculpé y deseo hacerlo otra vez, perdón, pero es que yo, yo no soporto la idea de salvarme, ¿ve?
Yo no quiero ser tan fuerte nunca que no haya nada que resolver, y por más que usted desdeñe a mis monstruos, son míos, y es esta mi vida tan llena de vida, a diferencia de la suya, señor mío.